Ocurren tantas cosas todo el tiempo.
Por eso tal vez resulte imposible tener todo bajo control.
A menos que el trauma haga acto de presencia alguna vez en la vida
-y lo hace más a menudo de lo que la gente supone,
en algunos casos, con reiterada y alarmante frecuencia-
es imposible dejar de sentir emociones.
De hecho, jamás pueden dejar de sentirse.
A lo sumo, con suerte, nublarse; aturdirse; racionalizarse.
Y con más fortuna en este mundo moderno
que la que se precisaba el siglo pasado,
eventualmente llegar a olvidarse.
De esa manera, recuperarnos de aquello que nos pasó
nos resulte más sencillo y nos lleve, con suerte,
a abrazar el estoicismo y cultivar la resiliencia
sin que cueste tanto trabajo crecer a la fuerza.
Tal vez sea uno de los requisitos indispensables
para poder caminar La Senda sin sucumbir ni rendirse.
Aún así, en las frágiles y valiosas conexiones que establecemos con los demás, terminamos por concluir que la única palabra que parece definir con justicia a las adversidades sufridas por muchas de las personas con las nos vinculamos es... "Injusticia".
Cuesta creer que Dios tenga reservados tan crueles eventos para algunos individuos extraordinarios...
Y en lugar de preguntar por qué, me ha surgido el preguntarme qué es lo que el destino augura a estos individuos, brutalmente golpeados por circunstancias que exceden la cuota de morbo de aquellos que rutinariamente le desean el mal a los demás.
Y me he dado cuenta de que me bloqueo.
Automáticamente, en lugar de empatizar,
busco acelerar, y seguir adelante.
Principalmente, porque la vida continúa.
Y porque sin importar las circunstancias, lo mejor siempre esta(rá) por venir... si uno es capaz de visualizarlo y de realizarlo -hacerlo real a través del trabajo- todos los días. Más allá de asemejarse a un complaciente optimismo, está más afincado en realidad a la creencia implacable de que el camino sigue, y que el mismo impone los obstáculos, siempre y cuando nosotros impongamos las metas. De la misma manera impone las reglas, en tanto y en cuanto decidamos el juego que queremos jugar.
Eso no quita, elimina ni atenúa el dolor de los demás, y que uno siempre tiene la opción de estar emocionalmente disponible para los demás. Así sea para esbozar un abrazo, o tomarse cinco minutos para poder dejar al otro contar su historia, y formar parte del público espectador que velará por su recuperación, cuando esta llegue.
Intentar verlo todo a veces lleva a no observar nada.
Ser conscientes de nuestra presencia nos lleva a veces a ignorar al otro.
Más que un defecto de fábrica, parece una instrucción faltante.
Datos que suelen perderse cuando se avería el disco rígido del alma.
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