"Si no cuesta, no vale". Cuántas veces escuchamos esa frase.
Contraproducente, considerando lo proclives que somos a comprar "de oferta".
Contraproducente, considerando la cantidad de cosas que anhelamos antes de contemplar aquellas que tenemos.
En la última década de nuestra historia como humanidad,
hemos visto sinfín de despampanantes transformaciones en el flujo del valor:
pasamos de un puñado de personas vestidas formalmente a servir de intérpretes de los hechos en horarios pico de TV, con ingresos y status social que los separaba de la "audiencia" -y muchas veces de la realidad-, a un conjunto de preadolescentes bailando y gritando como monos frente a un celular para deleite de millones a cualquier hora, con ingresos potenciales que superan los sueldos de sus progenitores por hacer estupideces para la "audiencia".
Pasamos de un conjunto de mafiosos dictaminando cuál editorial imprimía cuántas unidades de qué artículos, gestando todo tipo de alianzas ilegales, éticas disonantes y agendas pre-programadas (o pro-propaganda), a un conjunto de individuos que, porque pueden, vomitan todo tipo de productos en infinitas cantidades por doquier, gestando un hábito de omisión al control de calidad en pos de intentar complacer a todos (o antagonizar contra algunos).
En estos ejemplos dados -de tantos que hay en todas las industrias, para cualquiera que abra un portal de noticias- dónde encontramos costo y valor...?
En los millones de individuos a los que se denomina "influencers", que pretenden ingresos proporcionales a sus audiencias (y muchas veces lo logran)?
Cuál es el costo de levantarse un día y decidir filmarse sin filtro,
estilo, ni mensaje como el 99% restante del mundo?
En la miríada de "creadores de contenido" USANDO MAYÚSCULAS en sus títulos, miniaturas y artículos, repitiendo palabras clave para ser pescados por el algoritmo y convirtiendo noticias de dos minutos en diatribas pasivo-agresivas que superan justo la marca de tiempo para ser monetizados de manera diferente (convirtiendo todo vaso de agua en un océano en el camino)?
Cuál es el valor de reemplazar un párrafo de texto informativo
con gigas de contenido audiovisual que será irrelevante en 1 mes?
Demos un salto grande con todas las preguntas a mano
y pongamos la lupa ahí donde el sol todavía puede dejar una marca...
Los días de todos tienen 24 horas, tres tercios de 8 horas.
Durmiendo 8 y trabajando 8, restan 8 horas en el día.
De las 8 horas restantes, todas aquellas que pases con el celular en la mano se reducen a la mitad. El resto del tiempo lo ocupás en entretenimiento.
En distracciones. En perder tiempo. O en trabajar menos. O en dormir menos.
Y en qué consiste ese entretenimiento...?
Con menos de un tercio de vida para "disfrutar" -usando el modelo mental del promedio-,
cuál es el criterio adoptado para deliberadamente perder tiempo?
Qué sentido tiene el contenido de calidad si total mañana nos podemos morir?
Hay que consumir.
No importa si es video, serie o red social,
en tanto y en cuanto me haga perder tiempo.
No importa si es una sombra o un plagio
de un producto más original pero menos conocido por las audiencias.
No importa si está bien o mal ejecutado en tanto y en cuanto
sea tendencia en Twitter y me permita "formar parte" de "la conversación".
Y la industria del entretenimiento lo sabe.
Siendo de forma casi literal la creadora del consumidor promedio -sin memoria, capacidad de razonamiento o impronta propia-, lo sabe muy bien.
Especialmente ahora.
Antes comprabas un CD de música de manera deliberada, accediendo a pagar un precio o a resignarte a escucharlo en la radio, alguna vez. Los sellos independientes tenían menos llegada, pero mayor motivación para aparecer en Musimundo.
Hoy con abrir la canilla de Spotify o YouTube ya está. Enorme, monstruosa, amorfa variedad de música. No alcanzan 4 horas en el día para poder prestarle atención a todo, así que dale play nomás.
Antes comprabas el diario. A veces dos, sabiendo que todos eran mercenarios.
Leías las portadas y un par de columnas de opinión pasando hojas y hojas de publicidad.
Después, pila para quemar el asado del domingo para el lunes volver a hacer lo mismo.
Hoy con hacer scroll en Facebook ya nos creemos parangones del hombre bien informado.
Un sitio en donde la reactividad y la falta de criterio hacen compartir contenido de dudosa veracidad, o bien convierten en autoridad a individuos representando multinacionales y censurando a Las Otras Voces.
Es eso o los portales de los mercenarios de siempre, que han abandonado las tácticas de rigor periodístico en favor de emplear a elaboradores maestros de titulares a los que uno quiere dar click para indignarse.
Antes comprabas un videojuego. Lo hacías con plata que juntabas de lo que te daban tus viejos o tus abuelos. La intención era terminarlo, o tirarlo contra la pared de bronca con la consola aún encendida, u ocasionalmente, tener algo más que mostrar o presumir con tus amigos. Y considerarte gamer.
Hoy con abrir Epic Games Store, recibir juegos "gratis" toda la semana a cambio de todos
los datos importantes de tus hábitos de navegación y los de tu lista de amigos a una empresa
que obedece al partido comunista chino ya sos gamer. No importa que no los juegues jamás,
en tanto y en cuanto tengas tu canal de Twitch o YouTube y finjas o exageres reacciones para tu audiencia.
Solo por mencionar tres de tantos Antes que ya no son Ahora.
Las cosas son lo que son, y el problema no son las cosas.
El problema ni siquiera es la irremediable falta de atención del ser humano promedio.
El problema no es que sigan existiendo los villanos de siempre con nuevos artilugios.
El problema no es que todos nuestros sentidos estén sobreatrofiados de hiper-realidad,
y hagamos saltar a nuestros cerebros de una distracción a la otra sin control, medida ni juicio.
El Problema, es El Infinito.
El problema es que si no cuesta, no vale.
El problema es que si consumís todo, no saboreás nada.
Comentarios
Publicar un comentario