Hacia donde me lleve el cuerpo sin que la mente se entere.
La mente -mi mente- pretende demasiado control para justificar sus excesos.
Y mi cuerpo paga el precio. Pero últimamente es él
quien parece estar tomando conciencia propia.
Entonces un día despierto deseando sentir el sol,
como debió haber sido siempre.
Y la idea de arreglar la bicicleta o llegarme hasta
El Parque Del Sur suena cada vez menos ridícula.
Igualmente, hoy salí. Me cambié, también.
Nos acostumbramos a no cambiarnos ni cambiar nuestro entorno.
Mucho menos, nuestros hábitos. Igual que una remera o pantalón,
así nomás nos los podríamos quitar, si realmente lo deseáramos...
Me cambié; bajé la escalera.
Caminé hacia la plaza, a escasos metros de la Iglesia.
Ese es otro pensamiento que, además de revolucionario, más a menudo me frecuenta.
La voluntad -no la indiferencia- de Dios en los actos...
El servicio -y no los vicios- hacia Los Demás...
La gallardía -no la soberbia- de acatar Los Mandamientos...
estarán todavía en la Iglesia del Colegio...?
Su silencio me llama; a menudo con más y más frecuencia.
Sin beatitudes ni resplandores sagrados: sólo silencio y vacío.
Aire y agua. Las cosas que necesitamos para vivir, y damos por sentado.
Me senté en uno de los bancos
pintados simbólicamente con sangre y luto.
Respiré profundo y mis ojos comenzaron a cerrarse,
rendidos ante el claro matinal de la luz y el canto de los pájaros.
Serena, la mente se calló, mientras el aire lentamente exhalaba.
Incluso con el gorro de lana puesto, sentí una parte de mi ceño
dejar de fruncir, y simplemente ceder.
Imposible de resistir. Nada más que rendirse.
Habrán pasado no más de treinta segundos cuando abrí los ojos,
y el mundo se reveló ante mí igual que antes, pero más... brillante.
Cálido, presente, testigo. Durante segundos.
La luz emanando -no un reflejo- de todas las cosas.
Del dar porque tenemos demasiado y porque no hay nada que reflejar.
Y volví a casa con sahumerios de palo santo, una variedad para cada habitación.
Pensando en los templos y cómo el destino del dormitorio
sea finalmente el de una Iglesia del buen dormir.
El sitio donde reponer fuerzas; el altar en el cual ofrendarlas.
El confesionario del inconsciente, en sueños hilando plegarias.
Sin penitencia ni algarabía, sólo silencio y vacío para recuperar energías.
Y me pregunté qué sentirán los monjes Budistas cuando meditan bajo el agua helada
mientras me quitaba la remera, cavilando el desapego a la comodidad.
Y La Otra Habitación... la que contiene todo lo demás
que en tiempo pasado o actual define mi identidad,
mis ambiciones, mis héroes y mis obsesiones*.
Cómplice en la esperanza y en el delirio; en las promesas y en los estímulos.
La Otra Habitación importante, la que más precisa refacción y cuidados
ya devoró su palo santo mientras estas palabras terminaban de salir.
Esa que podría ser un libro, llevar mil Pomodoros de terapia y observación
aferrándose a mi mente mientras estoy -otra vez- sentado acá.
Es hora de dejar Eso salir. Es hora de buscar Ese lugar. Es hora de empezar Esa labor.
Es hora de vivir Esta vida.
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