*decimos "mangakas profesionales", porque en realidad ser un artista de manga es una identidad que no todos persiguen por el mismo motivo que nuestros protagonistas.
Mucha gente es tan apasionada por el medio que hace manga porque sí, con sus propias historias, enredos y circunstancias, en forma de dojinshis, técnicamente calificando como mangakas pero considerados amateurs sin importar sus habilidades porque no forman parte de la industria, y la satisfacción personal precede al rédito y a las exigencias profesionales.
Así como hay gente que sólo le gusta dibujar, y se contenta con ser asistente y recibir un pago mensual acorde, sin los riesgos ni las recompensas del "profesional" responsable -en este caso, del mangaka que firma el contrato editorial.
Muchos mangakas profesionales comienzan siendo asistentes (Nobuhiro Watsuki, autor de Rurouni Kenshin, fue asistente de Takeshi Obata; Eiichiro Oda, antiguo asistente de Watsuki, es el creador de One Piece), pero hay también quienes trabajando en la producción profesional de páginas de manga deciden aplicar y refinar sus conocimientos y técnicas para abocarse a ser asistentes en jefe y contribuir a varios trabajos de otros en lugar de considerarse a sí mismos mangakas per se y abocar el grueso de sus recursos a su deseo de producir manga bajo los estándares corporativos.
En Bakuman esta distinción y sus minucias se explican en profundidad, y se muestran diferentes ejemplos de cómo opera y funciona la industria en cada uno de sus niveles, y cómo la cultura japonesa examina constantemente sus títulos honoríficos e identidades a la hora de explicar el concepto de trabajo profesional. Esa es una de las tantas lecturas que componen esta historia en torno a Mashiro y Takagi, dos jóvenes decididos a convertirse en los mejores mangakas de la historia, y cuyas personalidades analizaremos en pos de descubrir elementos que nos ayuden a nosotros a lograr nuestras propias metas de la adolescencia*.
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