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Dos Espejos, Un Café

 

Ayer tomé café "del posta" otra vez, 
después de tiempo que no he registrado.
Me dí cuenta que es mejor tomarlo por la tarde, 
y que sus efectos así, se estiran considerablemente.
 
Esa siempre fue su utilidad, o su propósito 
en el esquema de mi vida.
Eso es algo que mi yo pasado no hubiera considerado.

Siempre recuerdo esa voz en el fondo de mi mente,
en la cocina que frecuentaba a los cinco o seis años:
"Sos muy chico para tomar café! El café es para los grandes."

Ese incuestionable "para los grandes" equivale al "canto y cierro" de los chicos, al "...y Pelé debutó con un pibe" de los imbéciles:
es un ardid literario que permite re-enmarcar las cosas en un contexto en el que interlocutor -o invocador- está moralmente intitulado a tener la autoridad en una conversación dada, "porque sí."
Pero me estoy yendo por las ramas.

"Genial, pero desenfocado" sigue siendo 
una gran forma de resumirme a tres palabras.
He sentido la merma de la intensidad del foco 
con el hiato creativo que supuso trabajar 
dos años en relación de dependencia.
 
He sentido su tangibilidad láser con la 
introducción del Modafinilo, algo reservado
para el más desesperado y último recurso de hacer
y completar todo lo que se pueda producir en un día,
al mismo tiempo, excepcionalmente, en ese orden.

No puede dependerse de ninguna sustancia para alcanzar el éxito
a menos que uno desee ser un amateur con suerte.
Esto intuyo, lo sabemos siempre, amén de los estereotipos de los escritores alcohólicos,los pintores atormentados o las bandas de rock navegando en anfetaminas que nos venden durante nuestros años impresionables.

Mi abuelo que leía mucho, tomaba café después de la comida (y mientras leía su historieta); mi primo (mi Héroe, mi Ángel de la Guarda, mi Protector), caída la noche, tomaba café conmigo.
No fumaba, no tomaba alcohol; pero tomaba café, y leía. Y me regalaba libros. Y hablábamos de historietas.
Mi tío Jorge, el marido de mi Tía, la madre de mi primo y mi otro primo, tenía una técnica brillante para batir el café,
y competimos un par de veces a ver quién podía servir el mejor café después del almuerzo.
 
Ellos no tenían ni tuvieron el problema que yo adquirí de la experiencia. Y mi recuerdo de ellos quedó "ligado", por lo visto, al ritual, al hábito, a la alteración química que inserta la cafeína en el cerebro...
 
Y me pregunto -ya que estamos...- 
si no estaré confiando demasiado en la marihuana
o dándola por sentado de la misma manera en la que
antes veía el café: una parte intrínseca a mi personalidad
que me hacía sentir adulto, despierto y culto. 
Eso es algo que mi Yo Pasado hubiera desestimado.
 

"Cómo podría estar mal fumar marihuana,"-puedo oírlo clarito declarar- ·habiendo toda una noble y hermosa filosofía detrás -que me he "colgado" en refinar-, permitiendo reducir las barreras que nos interrumpen del contacto con los demás -al punto en que mientras tenga porro somos todos amigos-, en la que hay una tradición milenaria y ancestral -que el 80% de los fumetas ignora-, que comparado con el alcohol, jamás mató a nadie...?"
"Cómo negar el derecho a cultivar y comprender el verdadero valor de las cosas, sin conservantes y con algunos aditivos?"
"Si la fuma Alan Moore, si la fuma Joe Rogan, si la fuma Mike Tyson..."

Las preguntas podrían no cesar jamás (de hecho, no cesan nunca!), como surgen de la nada y a diario también grandilocuentes y coloridas excusas para todo aquel rincón de la realidad que nos da miedo mirar objetivamente. 
 
Qué carajo importa quién la fume, si nosotros no somos -ni podremos ser- jamás esas personas?
Nuestra adicción está "ligada", por lo visto, a algún tipo de orden sagrado mayor,mientras ignoramos el efecto del ritual, del hábito, de la alteración química que deja el humo dulce del THC y sus terpenos.

Y hablando de "fumar"... Dios querido. 
La nicotina. 
 
Resultaría imposible hacer un recuento total
de las alteraciones químicas, los hábitos y 
el subsecuente ritual rendido inconscientemente 
al altar de los cigarrillos consumidos en mi adolescencia.
 
Es la sustancia más dura de enfrentar, de la que siento aún una irreversible necesidad, a la que me siento todavía demasiado ligado,
como me resulta imposible desligar el sabor del café de la bocanada de humo... 
y todo arranca al borde del fin de la niñez.

Probé fumar una vez. Derby Suaves 10. 
Habré tenido trece años. Mis padres ya se habían divorciado.
 
Fui al kiosco de la vuelta de la casa; luego me crucé a la plaza frente de la casa, el pequeño valle entre la Cárcel De Mujeres y el Anfiteatro.
Abrí el paquete como si fuese uno de caramelos. 
Recuerdo el aroma del tabaco, sensual y terroso. El picor del tabaco masticado en la boca. La tos de la primer pitada; la pregunta en mi mente "ésto es lo que hacen los grandes...?"
 
Y también recuerdo mi incapacidad para 
esconder el atado, u ocultar el olor al llegar a casa,
y la de cachetadas que me dio mi papá 
por la estupidez cometida. 
Mi mamá fumaba y fumó de vicio. 
Él no.

Esa experiencia debería haber bastado, incluso cuando entrada la secundaria algunos otros de mi edad ya fumaban abiertamente en los baños o al salir del Colegio, o uno simplemente los detectaba por el distintivo aroma que deja el cigarrillo.
 
Pero ocurría que tambíen mi otro primo (el que creía que era mi Héroe, el que creía que era mi Protector, el que simulaba ser mi Ángel de la Guarda), el que se las sabía todas, el que tenía el estilo más cool, el que compraba revistas porno, el que atraía la atención de todos en el boliche del pueblo, también fumaba.
 
Ya no estábamos en Santa Fe, sino en Laguna Paiva; en vez de trece años, ya había cumplido dieciséis. Y con mi mamá -y su nuevo cónyuge, y la familia completa de su nuevo cónyuge-, y mi abuelo y tantos otros adultos responsables fumando encima mío y a mis espaldas, ya siendo un fumador pasivo, decidí con la brillantez (que sólo se percibe en y durante la adolescencia), que fumar y activamente contribuír al deterioro de mis facultades respiratorias y cognitivas por mano propia era la decisión más razonable.

Esa noche iba al boliche, a juntarme con los amigos de mi otro primo (esos que mi primo mayor, su hermano mayor, su eterna insuperable competencia consideraba unos "inmaduros"). Fui al kiosco como siempre, pero esa noche llevé chicles y un Marlboro 10. Mi otro primo fumaba (seguirá fumando...?) Lucky Strikes Box 20.
 
Después de arrancar el cigarrillo y sentir el cuerpo del tabaco acariciar el paladar y agitar la lengua por primera vez en tres años, pagué la entrada e ingresé al lugar, cigarrillo en mano, sonriente con blancos dientes quizás por última vez, y me encontré con el grupo, y mi otro primo.
 
Todos me miraban sorprendidos, y automáticamente acusaron a mi otro primo -en chiste, por supuesto- de haberme incitado a ello. Juró ante todos, con la teatralidad descarada que lo caracterizaba, que él no había tenido la culpa mientras todos estallaban en carcajadas.
Y tal vez por última vez en la vida, dijo algo relativo a nosotros que era auténticamente cierto.

Están, desde luego, las noches en los bares, y los recitales, y la rebeldía, y los amores, y las telenovelas, y tantas otras cosas.
 
Ese mail que nos llegó a todos los que nos enorgullecíamos de ser fumadores en la era del MSN, en el que todas las situaciones de tu vida eran más significativas con un pucho en la mano. El post coito, el café, el irse al baño, el mirar el horizonte, el esperar el colectivo, el visitar el cybercafé.
 
Ese recuerdo de toda la pandilla en los que la mayoría fumaba y los otros eran vistos como los "raros"...

De la noche que mamá se ahogó con un trago de café y una bocanada de humo. De la desesperación en la madrugada. Del frenesí invocado por todas las películas con una situación de vida o muerte. De la mirada perdida, desorbitada, y sin lágrimas que derramar, por si acaso, de un infante al borde de la adolescencia en la guardia de un oscurísimo hospital.

Cuánto de ello sigue sin contar, y sigue siendo el motivo de ser tan resiliente al abandono del ritual, del hábito, de la alteración química que produce todo lo que consumimos en exceso a diario?
Esa es una respuesta que mi Yo Pasado jamás habría respondido.

Es mentira que no cambiamos, así como es mentira que no podemos cambiar.
Lleva un proceso de abrir cajones, examinar recuerdos, colocar otras luces sobre las mismas superficies,
pero está ahí. Y cuanto más certeza tenemos de saber hacia dónde vamos y queremos ir, tantas más preguntas aparecen en el proceso de responderse.
Para así poder después tomar una decisión que le de cierre a lo que fue, que exorcise los significados, recuerdos o situaciones que le asignamos a nuestras muletas, a nuestras adicciones, a nuestras compulsiones*.

Me gusta el café; lo disfruto. Me conecta con un aspecto de mi ser y mi genealogía
que estimula todos mis sistemas cognitivos y de confianza.
Y si bien lo he dejado por más de tres meses -incluso más- por voluntad propia,
como he abandonado el alcohol, sin sufrir recidivas, creo que puedo darme el lujo
de permitirme una taza a la semana, cuando aparezca la modorra o amenace con manifestarse
cuando el trabajo apriete y el tiempo realmente apremie.
Consciente de todo lo que esa taza semanal podría brindarme,
sabiendo que puede convertirse en una muleta,
sabiendo que nunca fue lo que mi Yo Pasado creía,
ni lo que mi Yo Pasado necesitó jamás para recorrer su Senda,
aunque el mundo -en sus hábitos y rituales- profesara lo contrario.

Ciertamente podría hacer lo mismo con la marihuana...?
Seguramente podría hacer lo mismo con el cigarrillo...?
Esas son preguntas que mi Yo Pasado jamás habría poder articulado.
 



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