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Cuarenta

 

He llegado a los 40. Y qué he logrado...?

Soy millonario? No.
Gano 5000 dólares al mes? No.
Soy un artista consagrado? No.
Soy un autor publicado? No.
Tengo mi editorial? No.
Soy el mejor artista de webcomics de Latinoamérica? No.
Soy el lector de audiolibros de mayor renombre en Latinoamérica? No.
Tengo una banda de éxito? No.
Tengo mi sitio web y hosting propios? No.
Tengo mi línea de indumentaria? No.
Tengo armado mi estudio de trabajo? No.

Al llegar hasta acá - a ese umbral de tiempo que representa
las primeras horas de un nuevo año de estreno, en el que uno se percibe impostor-
me doy cuenta de cuánto me falta por lograr.

Y no me refiero al 'logro' como 'el afán de visualizarse mejor que el resto en una exaltación comparativa'.
Ni al gran conjunto de mini-juegos de suma cero en que nos agrupan Las Redes Sociales para sentirnos importantes.




Hablo de contener los deseos de abandonar todo en la parte más escarpada de la carretera.
Hablo del mantener privados, diminutos e irrelevantes mis pensamientos negativos acerca de los demás.
Hablo del refinar la calidad de comunicación para expresarme con mayor transparencia y honestidad.

Hablo del trazado de horizontes más profundos que ahonden mi perspectiva y comprensión del entorno.
Hablo de la ejecución sistemática de comportamientos que aseguren dejar un mundo mejor que el que me fue legado.
Hablo del recordar a quienes me precedieron y siguieron este mismo camino sin detenerse, incluso cuando sus cuerpos dejaron de moverse y sus espíritus siguieron adelante.

Hablo de arrojarme sin dudarlo hacia las ventanas abiertas de oportunidad en busca de saltos cuánticos.
Hablo de desarrollar un método ético que permita a cada quien salirse con la suya sin daños a terceros.
Hablo de saciar, al menos durante un instante, la sed de conquista que trajo conmigo el uso de la razón.
 
Y falta. Siempre falta. Incluso, cuando todo lo demás sobra.
En tanto y en cuanto haya vida... siempre va a faltar.
Eso no ha cambiado en treinta y nueve años.

Y tampoco cambia en este brevísimo umbral de tiempo en el que uno aún se siente un impostor.
 
Nada cambia, después de todo, excepto uno mismo.
E intuyo que es ahí en donde nos damos cuenta de que nos estamos volviendo viejos.
Aunque sea sólo una sensación, porque los únicos viejos... son los trapos.

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