Alguna vez te debe haber pasado.
Te sentiste un muñeco, hueco, vacío, echado sobre una silla o colchón, mirando al vacío.
Apenas consciente -u ocupado- en respirar. Roto.
Ese estado que algunos llaman "la nada misma".
La sensación de que algo redondo, grande e importante te está faltando.
Lo perdiste, te lo robaron, te lo rompieron, da igual. Pero "eso" te está faltando, como la batería al juguete. Incompleto.
Y si no te pasó pero lo comprendés,
podés concluir que es un estado muy triste:
lo más parecido a transformarse en un títere.
Los días tienen 24 horas; cada nuevo día es un milagro; el tiempo no vuelve, Carpe Diem...
Escuchaste, leíste o te sermonearon con alguna de estas frases ciertas -y hechas-, y estás generalmente de acuerdo con su intención.
Tal vez vos, como yo, eras de los que entonaban a diario estos pregones
-o como en mi caso, tu nombre mismo te vincula al estudio de Las Horas-
Pero no te podés mover.
Mirás un rincón de la habitación, por enésima vez.
Querés hablar, y la voz es, con suerte, tenue, desinflada.
Batería baja.
Te pasan miles de pensamientos por la cabeza, todos ellos encontrados.
Y todos ellos te dan lo mismo.
Todos ellos te parecen irrelevantes.
Como si te hubiesen asaltado y cagado a palos en el barro,
y el lodo arruinándote la ropa rota, sin teléfono ni billetera
no importara comparado con el shock o el dolor de la situación.
Alguna vez te debe haber pasado.
A mí me viene pasando desde hace exactamente tres meses.
Y hoy me volvió a pasar con mi mujer enfrente, en nuestro día de aniversario.
El día que elegí apagar el teléfono y dejar de existir.
El día que "más me necesitaban".
El día que esperaba que ocurriese cualquier día excepto ayer.
Sonaron palabras de todos los tamaños y calibres.
Todas ellas, importantes.
Todas ellas, un mensaje de alerta.
Algunas de ellas me causaron lágrimas, que no encontré palabras para explicar.
Después de semanas enteras sin poder llorar.
Y todas, en ese momento, valieron lo mismo,
y se sintieron como un cascotazo.
Un cascotazo sobre la carcasa de un automóvil,
su sonido seco, hosco y dañino.
"Más vale solo que mal acompañado", entonces.
La escuchaste mil veces.
Y no porque tu pareja es la "mala compañía",
sino que vos carecés de lo que hace falta para
sostener el tipo de relación que la otra persona necesita.
Te sentís incapaz de dar lo mejor de vos; te resignás,
se te nubla la visión; cerrás los ojos y no dormís.
Y esa otra persona, la que eligió estar con vos
por los motivos que fuere, siente que está haciéndosele daño.
Y vos, mirando el vacío.
Haciendo el vacío; para no sentir, hasta que pase el sufrimiento.
O hasta que recuperemos eso que nos falta.
O hasta que cambiemos las baterías. Lo que ocurra primero.
Porque no encontrás de dónde agarrarte para poder incorporarte.
Porque la superficie es un lodazal; y te duelen todos los puñetazos
y todas las patadas recibidas, multiplicadas. Y encima se largó a llover.
Y te negás a recibir la ayuda de nadie hasta que puedas,
por lo menos, tratar de aclararlo en palabras.
Así sea para tenerlo claro uno,
como para poder explicárselo a aquellos
que merecen una explicación de tu parte.
Comentarios
Publicar un comentario