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Diseccionando un momento

 

Frustración. Maldita sea.
 
De las oportunidades que le caen a otros con menor experiencia, 
menor profesionalidad o menor capacidad de resolución que uno.
 
De que tengan una canilla perpetua de agua abierta de la cual servirse 
y dejar correr sin cuidado ni preocupación durante el tiempo que sea
.
De que tengan ilimitado acceso a la noción 
de que alguien, eventualmente, los va a necesitar.
De que lo poco o mucho que hayan aprendido, 
directa o indirectamente y sin habérmelo siquiera agradecido,
me lo deban a mí.

Me frustra. 
Me hace sentir que todo lo que yo he hecho no vale.
Que tengan al alcance una excusa inagotable para martirizarse.

No debería importarme una mierda y aún así me amarga.
Probablemente porque yo no he sabido aprovechar mis oportunidades,
y porque he creído que hacer sacrificios sociales equivalía uno a uno 
a mis chances de éxito como freelancer.

Tengo que purificarme. Retomar los hábitos saludables. 
Acicalarme. Prepararme para dar lo mejor de mí.
 
La vida, esa que hoy no tiene ni Cristian, ni el abuelo Víctor, es una sola.
La vida, esa a la que papá busca con desespero sacarle el jugo, es una sola.
La vida, esa que algunos dejan correr como agua de una canilla con la que se toparon, es una sola.

No soy ni mejor ni peor que nadie. 
Las expectativas son una ilusión, así como lo son las ideas sin concretar,
que eventualmente aprovecharán otros. El río sigue su curso. 
El reloj no se detiene un solo instante. El mundo sigue girando. 
 
Hoy se nos ha dado el don de la vida; despertar, respirar, ser.

Sueños o ilusiones se crean y se rompen a diario. A veces, ambos.
Fallar o caer, es un evento que ocurre cada día. Sin excepción.
No pueden ser motivos válidos de amargura ni temor, 
porque son cosas que simplemente pasan.
 
Hacer las paces con nuestros sueños rotos 
por nuestras ilusiones creadas es a veces la única elección.
Aceptar que no existen la racha invicta ni la victoria constante 
es tal vez el único premio para seguir adelante...
Pero hacerlo es difícil.

Es difícil porque nuestro ego está vivo y a cada minúscula insatisfacción la considera una ofensa. Es difícil porque venimos programados de fábrica para ser egoístas y asegurarnos la supervivencia. Es difícil porque todo entorno inmediato moderno promueve la egolatría.
 
Es difícil, sí; pero no imposible.

Salir a la puerta o la ventana y mirar el cielo;
respirar profundo y dar gracias a la vida, recordando a los caídos.
 
Tomar un trago de agua cada tres o cuatro horas y dar lo mejor de sí,
sin mirar relojes ni distraerse el resto del día.
Qué tan difícil puede ser...?
 
Realmente es más fácil quedarse con la frustración 
y contemplar la suerte ajena con desdén o desprecio?
Sentir durante instantes el ego satisfecho por alguna 
inconsciente racionalización acerca de lo que uno merece?
Buscar que aparezcan excusas para no hacer lo que se supone que uno debe hacer...?


Volvamos a probar, a ver qué onda.

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