Llueve torrencialmente, y en poco más de una quincena se nos termina 2023.
Ilusiones y espejismos, apartados por la ventisca.
Amistades y vínculos, puestos a prueba.
El año después de los dos años de pandemia.
El año del cambio de Gobierno y de los nuevos estatutos.
Decepciones; desengaños; demoras:
días diluidos engordando zanjas en dirección a la boca de tormenta.
La sensación de energía, entusiasmo y optimismo siempre ha encontrado una excusa para esfumarse. Algo o alguien a quien echarle la culpa por la inacción, por la evasión de responsabilidades.
Un motivo para deprimirse en busca de una razón para estar mejor.
Volver a examinar la soledad, con el mismo ojo crítico
de quien examina -y separa- performance de resultados.
Sentirse desposeído y sin rumbo ante la inevitabilidad del progreso tecnológico…
Porque este fue el año en que la Inteligencia Artificial llegó a
las costas de la Humanidad con maravillosas baratijas,
poniendo en duda toda noción preexistente del arte, de su propósito y de su valor.
El año del psicólogo, el psiquiatra y la medicación.
Todos zurdos ellos, incluyéndome.
El año del dejarse estar, del dejar de producir,
del buscar avenidas de rédito complementarias a lo que hice siempre.
La tormenta prosigue su curso, como lo hace el río a punto de desbordarse,
como lo hicieron las horas desde que nacimos.
Ya estamos en este mundo; y seguimos teniendo preguntas sin respuestas,
asuntos pendientes y vida por vivir.
Sin embargo disminuye la atención y crecen las expectativas
con el pasar de cada generación.
Igual que ayer, hoy y siempre, pero cada día que pasa, un poquito peor.
Sin embargo, ya no quedan alternativas.
Se acabaron los atajos, se agotaron los favores, se esfumaron las ventajas.
Sólo queda seguir marchando y esperar que al final todo funcione,
y que sobre la marcha las cosas se acomoden.
La alternativa es la derrota. La muerte del individuo. La parasocialidad.
La compañía obligada para acallar los miedos.
Toda recapitulación del año acaba igual:
Nadie puede tomar decisiones importantes por nosotros.
Nadie puede ni debe hacerse cargo de nuestros fallos.
Nadie puede llevarnos hacia donde deseamos ir.
Así que mejor encontrar un motivo para conectar con la fuente de energía
que nos sostenga el suficiente tiempo para arribar a destino; para volver a
apreciar el paisaje sin importar quiénes están a nuestro lado, o quiénes ya no están.
Mejor seguir viviendo, que es lo único que supimos hacer hasta el día de la fecha.
Y ojalá que alcance la nafta para terminar el trayecto.-
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