Arrancamos el día ganando. Como Charlie Sheen.
Si despertamos, es porque tenemos un día más para hacer lo que deseamos.
Para dejar algo en este mundo que no para de girar; de mutar con cada amanecer, y de aprovechar toda la inercia y energía que pueda generar hasta que se apaguen las luces.
En la era moderna, hemos alcanzado un nivel de satisfacción general muy superior al de nuestros ancestros inmediatos. Tenemos más herramientas que nunca para llevar adelante lo que sea que nos propongamos. Todos los días, abrir los ojos y despertar es una oportunidad no sólo para ganar, sino para sentirnos ganadores.
Pero no estamos aprovechando el día.
No lo sentimos como una victoria -mucho menos una bendición u oportunidad única: levantarse de la cama es un pesar porque queremos seguir durmiendo. Y estar descansando en la cama se convierte en pesadumbre cuando estamos ahí contra nuestra voluntad.
Lo mismo ocurre con todo lo que hacemos.
Una resistencia que nos mantiene dubitativos para hacer lo que deseamos (que es muy distinto a hacer lo que querramos). Un pegamento en la silla que nos impide levantarnos. Una promesa de empezar una vida más sana mañana, que se ablanda justo antes de ir a dormir, y se rompe al otro día por la excusa que fuera.
Por lo visto, está en nuestra naturaleza observar aquello que no tenemos y dar por sentado aquello que hemos acumulado sin importar la perspectiva de la vida, y exigir una razón (o esperar de alguien más una exhortación) para hacer lo que decimos que queremos hacer, en pos de sentirnos ganadores.
Competir, batallar, concebir nuevas obras parece tan difícil cuando tenemos cubiertas nuestras bases… y cuando creemos que estamos incompletos.
Qué gratificación puede haber en cocinar cuando se puede pedir la cena en la rotisería por la mitad del precio y una fracción del esfuerzo.
Qué necesidad hay de estudiar para la prueba de fin de año si no nos estamos llevando la materia y en la escala del 1 al 10 con el 6 nos basta...
Qué beneficio puede haber en mantenerse en forma y saludable cuando ya tenemos asegurada una pareja y por lo menos un amante.
A menos que un superior, figura de autoridad o razón de fuerza mayor nos lo ordene, por qué habríamos de hacerlo?
Después de todo sólo se nos conceden 24 horas todos los días, verdad?
No alcanza para leer todos los libros, ver todas las películas, jugar todos los juegos y ver todas las series disponibles… Las frituras y los dulces siempre van a resultar más sabrosas que los vegetales y las hortalizas… fumar y tomar alcohol degrada nuestras funciones vitales y quita páginas a nuestra potencial biografía.
Las distracciones son siempre más confortables que la autodisciplina.
Lo sabemos, pero poco hacemos para evitarlo. Total, tenemos nuestras bases cubiertas.
Eso sí… nos resistimos a hacer lo que debemos (lo que nos proponemos, lo que nos imponemos, lo que deseamos), en lugar de abrazarlo como oportunidad para estar mejor, simplemente porque no hay nadie arriba -o detrás- nuestro dándonos instrucciones.
Si somos hijos del rigor, en qué momento decidimos abandonar su hogar para ser ser independientes, tomar nuestras decisiones y asumir las consecuencias de nuestras acciones…?
Continuará.
Comentarios
Publicar un comentario