El mundo se cae a pedazos.
Terrones arados por quienes nos precedieron,
regados con la sangre de quienes dieron guerra
pero perdieron la batalla frente a la memoria,
desgranándose como la sal al tocar las aguas.
Ladrillos naranjas, rojizos, marrones, amarillos,
puestos uno por uno a través de generaciones,
convertidos en polvo de olvido y canchas de tenis,
ante el implacable pasaje del tiempo.
Roma fue el Imperio, y hoy es nada más que un nombre.
Grecia fue el Origen, y de ella no quedan más que ruinas.
La naturaleza humana, ostentando la corona de la creación,
jamás ha logrado sobreponerse al orden natural.
Y allí cuando pretendió alzarse a los cielos,
bastó un dedo de Dios para devolverlos a la tierra,
y algunas lenguas de fuego para terminar de arruinarlos.
Tierra y sal; sangre y lágrimas.
En todos y cada uno de los continentes.
Injusticias y atropellos; tropezones y accidentes.
Avanzamos a través de las eras confiando en el futuro.
O así lo hacían nuestros ancestros.
Nosotros nos conformamos con sentarnos en un sillón,
esperando a que el mundo se digne a entretenernos.
Y nos emocionarnos con imágenes y palabras.
Con dibujos animados, muñecos e historietas.
Nos importan un bledo los abusos cometidos a diario,
pero nos es vital que los otros nos aplaudan y admiren.
Así no hagamos nada importante,
nos creemos el eje de este planeta.
Qué tan rotos estamos...?
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