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Llegó el Otoño a su fin, de nuevo, al fin.
El día del café doble a la mañana, bufanda doble al mediodía, soles tímidos de tarde y hojarasca ceremonial en todas las calles.
Veintiuno de marzo. Día Mundial de la Poesía, según la UNESCO.
El día de ir al barcito del Gordo Piotr después de las once de la noche, a darle un trago a ese vasito de vino redentor, una costumbre que se inauguró hace dos años.
Le pregunté a Piotr de dónde sacó ese trago -la primera vez que me invitó a probarlo- y me dijo que se lo habían regalado en uno de los eventos que armó hacía tres años. Yo siempre lo dejo hablar; el año pasado me dijo que le quedó de una fiesta que organizó hace dos años… El apodo de Piotr Selacuentavich lo tiene bien puesto; a ver con qué verso sale el año que viene.
Pienso todo esto mientras elige dos vasitos de la barra (los dos que más brillaban) y me señala el rincón con las ventanas más grandes del local, en donde había preparado una mesita con la botella del vino en el centro. Ya había barrido y cerrado las puertas del local así que nos apuramos a sentarnos.
Con una sonrisa cómplice, el Gordo me extendió la tarjeta que venía colgada de la botella y procedió a hacer los honores de llenar los dos vasitos de manera impecable. Ni más ni menos que un sorbo.
La etiqueta tiene el nombre y el dibujo en tinta negra de una ciudad, como una postal en miniatura en papel madera. Al dorso de la tarjeta se lee:
"Beber apenas un sorbo te transporta hacia Allí"
Algo dentro mío abrió grandes los ojos, de nuevo. Así que ese lugar era Allí... Lo sospeché durante dos largos años, pero ahora Lo sabía.
Motivo de brindis. Y así lo hicimos, con elegancia.
Nuestro viaje era el mismo, pero nuestros itinerarios diferentes. Fingimos naturalidad igual, porque a la vuelta nos contaríamos todo lo vivido. - "Nos vemos en media hora amigo", dijimos en voz alta.
Le di un solo y lento trago al vasito brillante, sacándole el jugo a cada gota, cerrando los ojos como quien se tira a una pileta.
En ese momento el fuerte sabor me cambia la cara, como cuando tenés la nariz fría y te dan una cachetada. El fondo de la lengua (a veces amargo, a veces agrio) hacía abrir la nariz como suele hacer el vodka y picar la lengua como masticar ortigas. Así era el "pegue".
Imposible acostumbrarse tomando una sola vez al año. Hace años dejé de beber alcohol, y el vino nunca fue de mis tragos preferidos. De todas formas era una pavada, porque era el único precio a pagar a cambio de una experiencia como ninguna de las que viví en más de cuarenta años de vida.
Afuera se escuchaba soplar el viento enfriando las ventanas, que disminuía en intensidad mientras un calor de madera (de campaña, de hoguera) me bajaba por la garganta y se me extendía por el pecho.
"Media hora sabe a tan poco" pensaba, mientras cerraba los ojos y respiraba profundo, preparado para volver a sentirme Allí con todo el cuerpo, pero especialmente con el alma...
Inspiré muy lentamente, y conté hasta tres.
Uno; ya no se escuchaba el viento. O Allí dejaba de soplar.
Dos; ya no se percibía el espacio. O Allí adquiría otra dimensión.
Tres; ya no importaba el tiempo. O Allí se observaba como una anécdota circular.
Lentamente abrí los ojos. Y Allí, por tercera vez en mi vida, me encontraba.
El vino, de vinos!!! un borracho Piotr Selcauentavich! (gordo ebrio)
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