Cada uno de nosotros habita en una red particular de experiencias. Este contexto moldea cómo vemos el mundo, lo que notamos y pasamos por alto, lo que valoramos y desestimamos.
Dos personas pueden observar el mismo evento y llegar a interpretaciones muy diferentes según sus marcos de referencia únicos.
Por ejemplo, dos personas en la misma habitación: experimentan la misma temperatura absoluta de manera diferente. Una puede sentir calor mientras la otra siente frío, aunque la temperatura sea la misma.
Sin embargo, la relatividad no es lo mismo que el relativismo—la idea de que todas las perspectivas son igualmente válidas. Reconocer la relatividad de nuestras percepciones no significa que no tengamos que hacer juicios sobre la validez. Más bien, es una llamada a examinar nuestras suposiciones, buscar perspectivas diversas y expandir nuestros marcos de referencia.
Todos tenemos puntos ciegos—cosas que no podemos ver. Entender que nuestras percepciones son relativas nos permite abrirnos a otras formas de ver. Si te preguntas por dónde empezar, intenta preguntar a otros qué ven ellos que tú no puedes.
Aplica tu juicio a sus respuestas y actualiza tus creencias en consecuencia.
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