Lo que cuesta para echarse a navegar, es abandonar el puerto.
Para hacerlo indoloro, uno puede simplemente lanzarse sin mirar atrás.
También puede desenamorarse. Convertir la familiaridad del entorno en un desamor que obligue a dejarlo todo: los redundantes pregones de los vendedores por la madrugada, las cuadrillas de animales callejeros jugueteando con las carcasas de los pescados podridos, las miradas indecentes de las mujerzuelas que creen saberlo todo.
Pero, basta todo esto para abandonar los puertos seguros, allí en donde vemos a tantas magníficas naves izar las velas y emprender camino hacia lo desconocido? Alcanza con resentir ese lugar al que pertenecemos para cumplir con la fantasía de un retorno triunfal, en una barca cargada de tesoros para compartir y souvenires para regalar…?
Hay testimonios de gente que leva anclas para aprender a volver con todas sus fuerzas. "Porque no hay como la ausencia para sentir la querencia," dice la canción.
El gusto por lo familiar alimenta el miedo a lo desconocido. Por qué motivo, sino, somos tan renuentes a abandonar el hogar cuando alcanzamos una determinada edad? O, examinado desde otra perspectiva, por qué deseamos abandonarlo con tanta resolución, así no tengamos garantías de un mundo extraño que se vuelve cada vez más extraño…?
Tiene que haber un deseo de hallar algo ahí afuera, aguas adentro: una ambición de explorar, un anhelo de trascender, una fantasía que cumplir.
Deseo con tantas fuerzas salir de mi zona de confort, a veces. Ir en busca de algo nuevo, así sean nuevas personas con las que no hable nunca. Adquirir nuevas dimensiones del exterior, para poder examinar mis lugares comunes con renovada perspectiva.
Pero hay un miedo, la más de las veces. De ser engullido por las sombras de una madrugada a la intemperie. De perder de vista, tal vez, el camino a casa. De tener que lidiar con la voz en mi cabeza sin poder acallarla.
A final de cuentas, puede haber tantas excusas como justificaciones para quedarse inerte y puertas adentro; y detras del espejo del lugar común, descubrir las misma cantidad de inversos vericuetos para nunca volver, y abrazar una vida de constante movimiento.
En tanto y en cuanto haya un lugar al cual regresar, sobrarán motivos para embarcarse en busca de una nueva vida. Incluso aunque esto implique la firme decisión de volverse un errante perpetuo.
Deseo con todas mis fuerzas partir en busca de un nuevo horizonte y nuevos aires. Más la ansiedad de perder la comodidad es un invisible tormento, una voz interior que nunca cesa, una jauría de animales salvajes al acecho, un rostro severo de ojos ciegos.
Para poder ser alguien más, hace falta partir.
Para poder partir, hace falta querer ser alguien más.
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