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La
humildad es la anécdota de la arrogancia.
La humildad es una aceptación de que
no sabemos,
de que nos equivocamos, de que no somos mejores
que el resto.
La
humildad es simple de entender,
pero difícil de poner en práctica.
La
humildad no es una falta de confianza,
es confianza ganada. La confianza de
decir que tal vez
estés equivocado, pero que te aplicaste con diligencia,
y
pusiste manos a la obra.
La
humildad te hace preguntarte si te está faltando algo más
o si alguien está
trabajando más duro que vos. Y cuando el
orgullo y la arrogancia predominan, la
humildad huye y
también lo hace nuestra capacidad de aprender, adaptarnos,
y
contruir relaciones duraderas con los demás.
La
humildad no te va a permitir recibir crédito por tu suerte.
Y la humildad es la
voz dentro de tu cabeza que te dice 'cualquiera
puede hacerlo una vez, eso es
suerte.
Podés hacerlo de forma consistente?'
Más que
conocerse a uno mismo,
la humildad implica aceptarse a uno mismo.
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"Estar
bien parado no elimina la pasión, ni la productividad, ni ninguna de las
aspiraciones y ambiciones deseadas. En lugar de ello, se trata de descartar la
frenética y omnipresente ansiedad de empezar a vivir de forma alineada con tus
valores más profundos, persiguiendo tus intereses, y expresando tu auténtico yo
en el aquí y el ahora.
Cuando
estás bien parado no hay necesidad de mirar hacia arriba o hacia abajo. Sabés
bien dónde estás, y desde esa posición ejercés auténtico poder y fuerza. Tu
éxito, y la forma en la que elijas alcanzarlo, se vuelve más duradera y
robusta. Ganás la confianza para excluirte de la carrera de ratas orientada
hacia el consumo que te mantiene sintiéndote que nunca sos suficientemente
bueno."
— Brad Stulberg, The Practice of Groundedness
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Sos libre
cuando nadie puede comprar tu tiempo.
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