Recuerdo la primera vez que oí el término, años atrás, y el desdén que me produjo. "Inktober... ya no saben qué inventar..." Quién podría haber adivinado que dicho invento me permitiría reinventarme desde cero, abocándome al estilo pictórico que más me atrae, el entintado. Espoleado por el deseo de reprogramar ciertos hábitos y emociones negativas, volví a toparme con el Inktober, y dejé de lado mi escepticismo para abocarme a hacerlo. Si bien "dibujaba" todos los días, jamás lo hice de forma diaria o siguiendo una lista, algo naturalmente atractivo para mi persona. De hecho estaba tan entusiasmado que simplemente me largué a la labor sin siquiera haber leído la lista. Luego sí, ocurrió la magia. La magia de dejar que los dibujos se demoraran, la magia de fingir interés en otras cosas para justificar dichas demoras, la magia de darme cuenta de que estaba, artísticamente hablando, ahogándome en un vaso de agua ...