Todos hemos escuchado la historia del hombre de familia que fue a comprar cigarrillos y nunca volvió.
O hemos experimentado la sensación de quedarnos a la espera de un mensaje, o una persona, que jamás se manifestó.
Desde luego, están también todos aquellos dematerializados contra su voluntad durante los golpes de estado del siglo XX.
"El Dolor Fantasma" llaman aquellos al dolor que sienten en un miembro amputado.
El dolor de la ausencia, no por lo que hay, sino por lo que dejó de haber.
Alguna vez, tras revolver cajones y cajones en busca de explicaciones, descubrimos que algo que nos pertenecía ya no está donde lo dejamos - Un pendrive, un cable, un encendedor, una mochila, una billetera.
Excepto la propia vida, morales aparte, hay cosas que se esfuman.
En alguna otra oportunidad, viendo a los ojos a un ser deseado, nos damos cuenta que de su afecto hacia nosotros, nada más quedó.
Amantes, amigos, seguidores, colegas, compañeros de trabajo; excepto las propias emociones, hay personas que se esfuman.
A muchas de ellas no les importa en lo absoluto lo que sentimos; simplemente las cosas no marchan, y es mejor cortar las pérdidas y seguir adelante.
Algunas otras buscan reavivar el interés con esporádicos actos de prestidigitación, como ocultando una moneda para maravillar a una criatura.
Sin embargo, hay un puñado de individuos que recurren a ésto como una forma de venganza, compensación o, peor aún, para enseñarnos una lección.
La historia que prometí contarte empieza con uno de estos individuos,
de esos que siempre eligieron la opción número tres.
Víctima de algún trauma en particular (y un poco de genética heredada),
perdió el pelo velozmente durante su adolescencia, y decidió esconderlo bajo una boina.
De un modo similar, este individuo ocultó sus traumas secretos y el hurto menor
tras una fachada de minimalismo, practicalidad e indiferencia hacia el dinero.
Es una de las personas con las que aprendí a jugar Magic: The Gathering, siendo un ávido coleccionista de cartas e historiador de eventos relacionados al juego, además de saberse el grueso de las reglas de memoria en una época sin internet constante, obrando como árbitro y mentor al momento de dirimir cuestiones en la mesa de juego.
El problema principal con este individuo jamás fueron sus virtudes -abocado también a escribir con un estilo único y meditativo, carente de errores de ortografía y sumamente deliberado. Todos sus mensajes en MSN Messenger estaban teñidos de rojo, en Times News Roman itálica para señalar su clásico buen gusto por lo clásico-.
Horas y horas de charlas con nombres tales como Aristófanes, Alejandro Magno, Diógenes, Plutarco, Nerón y Calígula solían teñir las tardes y noches de conversaciones adolescentes, casi tanto como el repaso de autores y obras del manga y el anime, mecánicas de rol y repasos nostalgiosos de dibujos de los '80, en aquel momento todavía una materia tabú de conversación entre la gente "normal".
El problema principal tampoco era el desdén y la falsedad con la que se refería a los demás "inferiores", incapaces de comprender la genialidad, buen tino y mordaz acierto en prodigar apodos, pero a los que curiosamente siempre frecuentaba. Menos aún era un problema, siendo que era uno de los pocos individuos en manejar una estructura de buenos modales, cortesía y demás ademanes propios de una "correcta" aplicación de la etiqueta "bien entendida" del siglo XVII.
Pocas personas que he conocido hasta ahora han tenido tan escrupuloso sentido del deber o tan forjados cimientos en el estoicismo, cuyo interés inicial haya surgido dentro del marco de estas conversaciones que teníamos...
El problema, lector, es el juego que esta persona eligió jugar con todos los demás.
Bajo una prosa impecable -y muchas veces implacable- escondió su evidente fragilidad y aparente anhelo de normalidad.
Con la excusa del amor por la tragedia y la teatralidad, dejó a sus impulsos correr deliberadamente para racionalizarlos más tarde.
Arropado en una aristocrática apariencia, instrumentó acciones puntuales en sitios clave para sembrar discordia en tierras muy fértiles.
No sin antes advertir que jamás había jurado lealtad a nadie y los iba a traicionar, alguna vez, a todos quienes lo rodeaban.
Y después, convencido de haber generado una herida espiritual o emocional lo suficientemente incurable, desaparecía de la escena.
"Golpe de gracia", lo llamaba, sin ironías.
Continuará.
Comentarios
Publicar un comentario