-Dale play a la canción antes de leer
y dejá que las cosas se encarguen del resto-
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La resiliencia opera de formas muy curiosas, permitiéndonos acumular daños y seguir adelante, o quemándose con celeridad en nuestro ciego tesón por ver el final de la aventura.
Resulta que al proseguir, ignorando heridas, magullones y tropezones, cuando más la necesitamos, nuestra resiliencia se termina.
Queremos levantarnos de la cama, pero el cuerpo no nos obedece.
Tenemos cientos de obligaciones por cumplir, pero no tenemos "ganas".
Queremos comenzar la obra de nuestras vidas, pero el primer paso nos agobia.
Tal vez sea momento de evaluar qué daños hemos acumulado,
y durante un momento, sentarnos a descansar al abrigo de la hoguera.
Las heridas sin tratar muchas veces dejan más que una cicatriz.
Una marcha apresurada en suelo inestable garantiza más de un magullón o calambre.
Un tropezón que no es caída, sin resiliencia, eventualmente acaba en caída libre.
Desde luego, el talento o la suerte disminuyen esos malgastos de resiliencia, pero también alimentan una falsa confianza que inevitablemente nos jugará en contra. Ahora que hacés memoria de todo lo que te ocurrió o llegaste al punto crítico en tu camino, azuzás el ego y te reconocés perdido.
Bien.
Ahora resta hacer el duelo, algo que no se aprende excepto en carne propia.
Sopesar nuestros límites, como quien busca paredes en la oscuridad. Contornear con las yemas de los dedos la profundidad de La(s) Herida(s).
Hacer el inventario de lo que se ha roto de a un pedazo a la vez,
mientras sangre, sudor y lágrimas se mezclan, lentamente, para obrar como pegamento.
Hacer el duelo no es olvidar, ni descartar aquello que nos duela, sino hacerlo carne.
En ese momento de extrema honestidad, sin anestesia, se crea una oportunidad única para traer algo nuevo al mundo.
Algo capaz de maravillar en su místico reensamblaje, en donde todos pueden apreciar el arte
de darse una oportunidad de volver a empezar... y trascender más allá de las formas originales.
Hacer el duelo equivale a recuperar las piezas de lo que fuimos, perdonarse es abocarse a preparar la solución, aunque sus partes nos den asco. Para el resto sólo resta esperar.
En convalecencia, pero sin impotencia.
Mientras el organismo hace lo suyo y nosotros, lo nuestro:
cerrar los ojos. Respirar profundo. Exhalar lentamente. Abrir los ojos.
Y tomar nota, porque mientras se asienta la solución, mientras las venas del tiempo cobran vida en nuestras mentes, mientras elegimos pinceles y pigmentos y se lavan las piezas rotas,
es hora de trazar un mapa para nuestra resurrección.
Trazar ese mapa es el primer ejercicio a desarrollar para que Tu Senda se te revele.
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