[Viene de Parte 1]
De más está decir, en los propios testimonios de los acusadores, los
acusados, los arrepentidos, los cruzados y los templarios hay una trama
que va exhibiendo (y contextualizando) el increíble tornado de entropía
sobre el que nuestra sociedad gravita: dobles estándares, códigos,
compulsiones, contrainteligencia, espionaje y en algunos casos lisa y
llana falta de filtro o de sentido común expuestos en Twitter, Telegram y
otros foros y sitios de diferente calibre.
Luego comienza a desarrollarse la investigación, y poco a poco tras
deslices, soplones, infiltraciones y deducción pura y dura impulsada por
la sensación de hacer justicia -más el inestimable aporte de diferentes
especialistas para explicar el contexto de cada uno de los actores en
el desarrollo de los hechos-, de a poco va develándose la trama y la
entidad debajo del traje de furry para exponer al monstruo que se
alimenta debajo, y las diferentes personas que -cual Voltron unido por
Visicitud- forman dicha entidad: una horrenda reconstrucción de bajos
instintos que sólo la oscuridad es capaz de racionalizar.
Y luego comienza la película de Scorsese en toda su gloria (créditos al GENIALÍSIMO don Jorge Pinarello y su sistema y estilo de creación de contenidos, ya que estamos).
Con la investigación en marcha, se hace un collage de testimonios,
direcciones, oficios y desviaciones, hasta que acaban eventualmente con
no sólo nombres y apellidos, sino además testimonios de sus actos para
la aprobación de las audiencias, regodeándose en el lodo que al parecer
los dota de invencibilidad moral para horror de muchos. Tan ficticia era
esa noción que al darse cuenta de que no era lodo, sino mierda, aquello
en lo que se revolcaban, algunos abandonaron el disfraz de furry y
aceptaron ser cerdos en dos patas, lo más cercano a la humanidad que
ciertos individuos con mentes tergiversadas en esta historia podrían
alcanzar jamás.
Y empezaron a caer nombres, más nombres. Más grupos de Telegram. Más
labor detectivesca corroborando fechas, direcciones y coartadas. Más
información y nombres que muchos "comenzaron a recordar" (léase: la
mentalidad del Arrepentido). Allí comenzó a seguirse el hilo y
aparecieron diferentes "círculos"... dueños de zoológicos, veterinarios,
guardaespaldas de eventos, amigos de amigos, artistas, influencers,
falsos rescatistas, cuyas identidades -o sus "fursonas", esto es, las
identidades que representan sus trajes/avatares) iban apareciendo y
repitiéndose en hilos deTwitter, chats secretos o mailing lists.
Se contactó a investigadores privados, a sociedades de animales, a
otros grupos denunciando las actividades de algunos de sus individuos.
En el camino, se consideraron todos los aspectos para formar una
conversación en torno a este tipo de prácticas y el umbral de tolerancia
que esto genera en las sociedades y los cultos y costumbres de sus
constituyentes.
Y de a poco esa fortaleza del pertene-ser comenzó a temblar en sus
cimientos: la más que evidente realización que el grueso de las
sospechas infundadas en contra de aquellos que se hacen llamar "furries"
se gestaron gracias al silencio, la inacción y la sensación de confort
que dicha asunción les proveía. Así se expuso que no hubo jamás plan
brillante, y que muchas de estar personas tienen problemas mentales
severos que han normalizado en esta era de aceptación y positivismo que
ha estado dando indicios en estos años del declive cultural en occidente
acelerado por Twitter, Tiktok y Meta.
Y uno por uno, comienzan a caer... acusados en Twitter, denunciados en Facebook, Instagram y YouTube.
Y uno por uno, la Justicia de los respectivos lugares los fue dejando ir.
De verdad.
Porque he ahí el peor de los chistes en toda esta historia: a los
efectos de la ley, el maltrato animal (vivo, muerto) no movió las cosas
por sí solo.
Así como está prohibido mostrar pornografía o incitar a la violencia en
Twitter y se siguen viendo muestras de que, efectivamente algo raro
hay.
Como YouTube dándole lugar a canales administrados por menores de edad
que se filman decapitando o mutilando cachorros, permitiéndoles saciar
su sadismo frente a toda una audiencia y acumulando millones de vistas
antes de eliminarlos de sus filas.
O como Facebook ignorando las denuncias de contenido inimaginablemente
perverso "en tanto y en cuanto no haya malas palabras o insultos
verbales", después de haber quedado expuestos como desinformadores y
reprogramadores de la opinión pública.
O como TikTok dándole oportunidad viral a voces retorcidas y a actos
imperdonables entre rutinas coreográficas, declaraciones de transexuales
y reeles acelerados, firme en su propósito de acelerar -y asegurar- la
incipiente bancarrota cultural de Occidente.
De todos los mayores incriminados, solo uno sirvió seis años de condena
después de haberse probado grooming, abuso de menores o ambos.
Se descubrió tras casi un año completo la identidad de uno de los
filmados en cámara, un cubano que pasó preso no más de dos meses y
volvió a las calles a buscar nuevas mascotas.
El furry Kero, "celebridad de Youtube" aún lejos de la cárcel gracias
al silencio de papá y mamá, todavía publicando contenido monetizado y
ganándose la vida después de haber servido de maestro de ceremonias a
este sórdido corral de abominables y sus víctimas...
Una furry hipocondríaca de la cual se sabe nombre, apellido, contacto y
familiares conocidos -para mí la más fascinante de la manada por la
tremenda labor investigativa que inspiró entre los foristas más tenaces-
con una veintena de supuestos trastornos, una suerte increíble y un par
de contactos logró engañar durante años a miles acerca de su identidad,
estafar a algunos otros cuantos y darse a la fuga a otro país en plena
pandemia para fingir su muerte, llegó hasta el día de este post sin
haber sufrido ningún tipo de retribución legal, y por lo visto dejando
olvidada la evidencia del abuso sexual efectuado a sus mascotas en el
imaginario colectivo.
Quién sabe cuántos siguieron perpetrando atrocidades y marchando
públicamente con el orgullo bien en alto y las miradas vacías en busca
de víctimas. Y cuántos seguirán haciéndolo porque, como este hilo ha
demostrado, sólo se han conocido los casos de aquellos que no han sabido
ocultar sus huellas o que han sucumbido al chantaje; en números,
aproximadamente una veintena de nombres identificados y tres o cuatro
arrestados...
Cuántos andarán por ahí en busca de la presa ideal que les sacie ese
apetito visitando Kiwifarms no para horrorizarse con los
acontecimientos, sino para masturbarse con la evidencia solicitando
links, o para calcular a qué distancia de su madriguera se encuentran
los sabuesos que han reclamado su cuello.
Quién sabe, en este safari de animales que es la especie humana,
cuántas criaturas anónimas se disputarán la cima -y el fondo- de la
pirámide alimenticia enfrentados en el mismo escalón. Qué privilegiados
verán el espectáculo desde lejos para ganarse el favor de quien resulte
vencedor.
Cada situación esclarecedora del siglo XXI
a la que me he visto expuesto últimamente
no hace más que confirmar la resonante permanencia
de lo escrito por George Orwell:
"Todos los animales son iguales ante la ley,
pero algunos animales son más iguales que otros."
Menos mal que los Kiwis no olvidan ni perdonan.
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