El mundo está en cualquiera.
Haberle dado lugar a las minorías apadrinadas
por la degeneración y el socialismo digital, fue un error.
Dar carta blanca a la mediocridad -y permitirle
ganarse el sustento persiguiendo algoritmos y forzando
una "conversación" cargada de reactividad- fue un error.
Dejar hacer a los menos capacitados y permitirles
elevarse en el discurso online y acercarse a la juventud, fue un error.
Ahora tenemos plataformas que tienen a la opinión pública agarrada del cuello sirviéndose de estadísticas manipuladas y bots.
Para los "creadores de contenidos", hablar de ciertos temas les permite "formar parte de la conversación", así no tengan nada que decir y nada que aportar.
Para los opinólogos, la buscar la "viralidad" los lleva al refuerzo constante de postulados irracionales disfrazados de "la opinión correcta".
Para la persona común, la búsqueda de sentido es un concepto cada vez más borroso y difícil de alcanzar. Y decidir una dirección, así sea la equivocada, es cosa de locos.
Así, la distracción y la "diversión" se usan de sustitutos de la felicidad, como la comida chatarra sustituye a la saludable.
De forma incremental, la conversación, el diálogo y la discusión racional escasean cada vez más. Desde luego, meditar los pensamientos, ordenarlos y emitirlos desde la asertividad lleva trabajo. Un trabajo por el que nadie paga, en esta era de dejar que la inteligencia artificial reemplace al pensamiento crítico, al dominio de las herramientas necesarias y al propio entendimiento.
Nadie quiere escuchar la verdad en un mundo post-verdad.
Nadie se atreve a alzar la voz de la razón cuando la oposición grita incoherencias desaforadamente.
Nadie tiene el tiempo -ni el valor- de ponerle el cascabel al gato.
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