Vivimos en un mundo post-verdad.
No importa ya el concepto de realidad objetiva (lo que se entiende como cierto sin importar emociones, posturas u opiniones) , sino lo que cada quien considera auténtico basado en parámetros arbitrarios y deficientes (lo que quiero escuchar, la familiaridad de la persona que me lo dice, la cantidad de seguidores de la persona que lo dice).
Objetivamente, el (ab)uso del smartphone y las redes sociales nos destruyeron los circuitos de recompensa de la mente y las funciones corporales (realidad objetiva: tus niveles de ansiedad y reactividad se escaparon a tu control, aunque lo tenés literalmente en tus manos y no hacés nada al respecto, excepto ofuscarte y buscar alejarte de lo que te causa malestar, por más verídico que sea).
Los subidones de dopamina al chequear las notificaciones de tus estúpidas redes sociales (realidad objetiva: no te enseñan ni aportan nada de valor a tu vida) superan la gratificación de una tarea bien hecha, diluyen la importancia de los encuentros cara a cara y fragmentan tus períodos de atención, tu capacidad de aprendizaje y tus esquemas de razonamiento.
Así vas creándote una noción ficticia del rol que ocupás en la sociedad, en busca de palabras, enunciados y entidades que refuercen dicha ilusión, alejándote de la búsqueda de propósito y certezas, trocándolas por emoticones acumulados que no se canjean ni por dinero ni por recursos reales.
Te volvés un imbécil y un ignorante (realidad objetiva: creés que sabés mucho más de lo que realmente sabés porque bloqueás conscientemente las vías para cuestionártelo).
Comenzás a perseguir tendencias, personas y distracciones que te hacen sentir "bien": vas elevándote más allá de lo que la observación racional de los hechos te habría permitido, sólo para sufrir una irreversible, estrepitosa y dolorosa caída (realidad objetiva: muy en tu interior lo sabés, esto te llena de terror y buscás más y más formas de negártelo).
La persona que tenés al lado está igual que vos, aunque vos pensés que estás mejor posicionado. Ese que te roba el asiento en el colectivo; ese que te cruza el auto o pasa un semáforo en rojo; ese que te contesta en piloto automático tras el mostrador de un negocio (realidad objetiva: vos hacés lo mismo y formás parte uniforme de la mediocridad, te lo cuestionás cada vez menos y te pensás mejor que los demás).
Supongamos durante un instante que sos inocente de ésto; que sos nada más que una víctima; que no hay nada que podás hacer al respecto (realidad objetiva: esto es mentira)...
Quién es el responsable, entonces?
Tus oponentes políticos?
Tus empleadores?
La sociedad de la que (creés que) no formás parte?
El columnista del Diario X o el periodista de la Radio Y?
El Patriarcado?
Los Pro-vida? Los Antivacunas?
Alguien se tiene que hacer cargo de las cosas que van mal en tu vida. Alguien tiene que ser sentenciado por hacerte sentir mal. Alguien tiene que tomar las riendas para que las cosas marchen mejor. Alguien más tiene que hacer algo para hacer de tu mundo un mejor lugar y que erradique las cosas que te ofenden, te cambian el humor o te disgustan.
Ese es el mundo en que vivimos; en el que no te hacés cargo de tus malas decisiones; en el que te rodeás de sonrisas falsas, delirios inducidos y abuso de sustancias; en el que sobrevalorás el lugar que ocupás en tu casa, en tu trabajo, en tu ciudad, en tu país, en el planeta; en el que desestimás tu aporte al empeoramiento del medio ambiente, del clima laboral, de las estaciones de la cultura.
Tengo una teoría al respecto en la que no hace falta que cuentes el número de veces que agarrás el teléfono a diario, o que hagas memoria de la última vez que lo apartaste deliberadamente o lo apagaste por motu propio, o que consideres cuánto tiempo desperdiciás consumiendo contenido carente de consistencia.
Si tenés el valor de sobreponerte a tu inmediata reacción de desestimar lo que tengo para decir, esta semana lo vas a leer (realidad objetiva: no te va a gustar lo que vas a leer. Y eso valida su objetividad).
Continuará mañana.
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