Vivimos en un mundo
post-verdad, en el que resulta progresivamente imposible despegarse de
las pantallas; mucho menos, ver la forma en la que altera nuestra mente,
nuestro entorno y nuestra sociedad.
Consecuencia misma de estos tiempos -y de nuestra incapacidad para asimilar los incrementales avances tecnológicos constantes- las personas se hallan cada vez más en "piloto automático".
Una deliberada, meticulosa y orquestada reprogramación de nuestras funciones cerebrales han llevado al grueso de los individuos civilizados a una extrema automatización.
Consecuencia
de ello se han eliminado ciertas normas y pautas de sentido común,
siendo reemplazadas por funciones o hábitos afincados a nivel instintivo
en la sociedad y el mundo que no se cuestionan, no se analizan ni se piensan.
El
frenético zapping de los noventa -relegado a las horas de ocio frente
al televisor- fue reemplazado en el siglo XXI por un perpetuo estado de
persecución de estímulos a toda hora.
El televisor se podía apagar. Vos no apagás el teléfono.
El
surfeo de la web de los dos mil -que implicaba un mínimo de paciencia
con los tiempos de carga y algo de expertise frente a una computadora-
quedó obsoleto en menos de dos décadas con gracias a la internet de alta
velocidad y la intuitividad de las aplicaciones modernas de nuestro
smartphone.
La computadora se podía desechufar. Aparentemente, vos no.
Los tiempos cambiaron, y con ellos la percepción del tiempo.
Las herramientas de comunicación cambiaron, y con ellas las formas de comunicarnos.
Las relaciones mayormente sociales han mutado, y desde el inicio de la semana, acordamos en llamarlas relaciones parasociales.
Quién es el responsable...?
Quién tiene el control...?
Quién establece los límites...?
La respuesta es siempre la misma.
Mirando sin mirar, la tenés enfrente todo el tiempo.
Finaliza en la Parte V.
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