Siempre sentí un desprecio particular hacia las modas y tendencias, costumbre que mantengo con orgullo hasta el día de hoy.
En el caso del manganime (sobre todo del anime), había una especie de mal gusto en ver a quienes estaban a mi alrededor ensalzar las virtudes y proezas de Dragon Ball y de la obra de Toriyama, cuando años antes era el centro de burlas de mi escuela de todos aquellos que un año más tarde harían fila en los recreos para preguntarme cómo seguía la historia y qué personajes aparecerían.
Año 2005. Once años habían transcurrido desde aquel primer contacto con el arte de Toriyama.
Para ese entonces ya habían finalizado Caballeros del Zodíaco, Sailor Moon y Ranma 1/2.
Ya había visto Akira y Ghost in The Shell en VHS. Me había afiliado a un video club sólo para alquilar esas películas.
Ya habían pasado siete años de mi introducción a Evangelion -el punto más alto de mi Fiebre de Manganime-, la cual había visto completa en VHS antes de que la emitiera Locomotion y de que la revista Lazer publicara su versión del manga (que ya había leído hasta donde estaba disponible dos años antes).
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Gracias a Locomotion ya había conocido Soul Hunter, Saber Marionette, Silent Möbius, Psybuster, Cyber Team in Akihabara, y por supuesto Cowboy Bebop, la serie que se convertiría en un ícono incuestionable de las posibilidades del género.
Y con la excepción de Cowboy Bebop, ya había dado mi etapa de seguidor de anime por cumplida, mientras el resto de mi generación todavía se encontraba "descubriendo" cosas que para mí ya eran historia; sentida sí, pero pasada.
Ya todas las revistas se habían "actualizado" y obtenido la suficiente rotación como para convertirse en un elemento más de la cultura emergente.
El delay informativo estaba llegando a su fin, prevalente sólo en la voluntaria ignorancia del público mainstream.
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