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Actos de Desaparición -Parte III-

 

"Sin fruto prohibido, no hay Jardín del Edén".

   Tardes, noches y amaneceres pasadas en estaciones de servicio, en casas ajenas, en sitios secretos. Jugando al Rol, jugando Magic, hablando sobre manga, anime, filosofía, cómics y la corrupción del mundo. Sobre los Caballeros del Zodíaco y el Horóscopo Chino. Escrutando constelaciones, estrellas y estrellados.

   Tardes de ideas grandilocuentes, cargadas con la inocente ambición de sentir merecerlo todo. Reunidos con espíritus que percibíamos afines en torno a una mesa, tirando dados. Tomando mate-listo. Viendo anime descargado de torrent. Recomendándonos juegos. Poniéndonos apodos.
 
   Las noches y amaneceres eran igual, pero cargadas con el encanto de lo conspiratorio. De a poco como quien cocina a fuego lento, va evaporándose lo superficial... y permanece lo verdadero.

    Día, tarde o noche se hablaba de lo que decía quién o lo que hizo aquél.
    De quién había engañado a quién con cuál de los "otros grupos".
    De lo que estaba haciendo ésta o aquella para lograr qué cosa con quién.
    No siempre, pero con frecuencia.

   A veces era cuestión de hacer una pregunta, en piloto automático, tal vez con algo de interés por las respuestas. Las personas que desean ventilar indiscreciones de manera deliberada, como los vampiros, precisan de la autorización de otro para expiar su conciencia o ingresar a sus casas.

   La sorpresa aquí -que no debería ser tal- radica en que todos los de "los otros grupos" estaban haciendo exactamente lo mismo.
    Juntarse a jugar el juego de las intrigas, a pretenderse estrategas de las emociones humanas, a sabotear a "los otros", incluídos a veces los propios co-conspiradores sin que los demás se den cuenta. 
 
    Como si estuvieran interpretando un personaje, o jugando un juego de cartas; a veces, ambas cosas a la vez.

   Algunos creían estar jugando un juego que otros ignoraban estar jugando.
    Entonces se juntaban en casa de alguien a jugar Calabozos y Dragones, pero otros iban más tarde a casa de otro más a jugar La Leyenda de los Cinco Anillos. 
    O mientras algunos jugaban rol, otros pasaban tardes o noches con sus novias. 
    No faltaba quien empezaba a jugar un tercer juego más con otros pocos sólo para mofarse de los ausentes. Recomendándose estrategias viles. Poniéndoles apodos despectivos a los que no estaban.

   Y recordemos, jugar al rol es una disciplina que insume, por sobre todas las cosas, tiempo. Tanto tiempo como lleva convertirse en alguien infiel, mentiroso, ladrón u oportunista. Eso mismo que muchos adolescentes piensan tener de sobra en el cénit de su arrogancia.

    Y resulta que esta persona, un par de años más grande, era inigualable en cada una de esas "virtudes".
    Y en algún momento pareció sentirse desafiado por esa actitud que él decía saber intuír en determinados 'otros'.
    Y resulta que tenía razón, pero nadie tenía evidencias para dejarlo al descubierto.
    Excepto yo.
 
   Y fui yo quien decidí invitarlo a vivir a mi departamento el día que no atendió el timbre de su casa. En lugar de alejarme de un individuo cuya estabilidad emocional pendía de un hilo, fui y le toqué timbre (daba tres timbrazos en una secuencia particular que certificaban mi identidad, de otra forma no atendía la puerta).

    Tal vez, porque yo me ví proyectado en esa misma inestabilidad. Y también, para dividir los gastos de una casa que tras la partida de mi familia y el abandono de mi mujer me quedaba demasiado grande.

   Tal vez porque hablábamos de otras cosas cuando realmente nos sentábamos a hablar. Había percibido su enorme frustración y resentimiento en su vida, así como percibí y apreciaba su pericia literaria. Siendo en esa época un juez de caracteres -esto es, juzgar a la gente por su ortografía-, era la única persona además de mí que conocía sin errores ortográficos o gramaticales.
   Tal vez porque había demostrado estar presente, si no en persona al menos en sentimientos, en circunstancias que consideraba claves en mi adolescencia.
   Desde luego, le había cedido un poder sobre mí. 
 
Me puse "a su servicio" por voluntad propia, a sabiendas de que una de sus frases favoritas era:

"Quienes creen en el libre albedrío son las mejores marionetas de todas."
 
 
 

 
 
Continuará.

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