El mundo produce y genera contenidos todo el tiempo,
de variada naturaleza, cada vez más y más deprisa.
Los libros, antes sometidos
a un mínimo escrutinio y control de calidad,
hoy son ofrecidos por montones a cambio
de una dirección de correo electrónico.
Las fotografías, antes obras de
la inspiración y las herramientas a mano,
están relegadas hoy a ser meros cupones que
se adquieren por lotes detrás de un servicio de suscripción.
El arte visual, antes curado y admirado
por su cualidad artesanal cimentada con los años,
hoy compite por espacio entre cientos de imágenes
generadas artificialmente con dos o tres clics del mouse
y algunos pocos minutos.
En un mundo que genera tanto de tantas cosas,
qué prioridad le dan sus habitantes
a la comunicación que generan...?
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Es posible que esa misma abundancia de tecnicismos sea acaso nada más que un nuevo esquema para aplicar escasez artificial al contenido de calidad?
Hay alguna posibilidad de que ni la verdad objetiva ni la realidad percibida por los sentidos sean hoy elementos necesarios para sostener una conversación?
Ciertamente en el pasado, cuantas menos herramientas de comunicación había disponibles,
tanto más se hacía lo posible por valorar ese instante, cospel, moneda o pulso en el teléfono.
Si había una estampilla que pagar para que una carta romántica llegase a destino o hacer valer un telegrama, no quedaba más que sacarle el máximo provecho posible a cada palabra, a cada misiva, y a cada día de espera.
O el pagar por horas en el cybercafé para usar una PC (cuando la la banda ancha era una leyenda) que nos forzaba a ahorrar monedas y cambio durante la semana para poder hablar con quienes deseáramos.
En esta época de abundancias impensadas, en la que todo el mundo tiene un teléfono en la mano, que es también una cámara de fotos, una agenda, un reloj y un embrollo de aplicaciones que nadie solicitó... cuántas personas se hablan aún por teléfono?
Cuántos recuerdan de memoria el número de Fulano o el cumpleaños de Mengana, ahora que Facebook , Instagram y Whatsapp se toman esa molestia por nosotros?
Ahora que tenemos más herramientas que nunca, después de que una pandemia forzara la adopción de tecnologías en masa y abaratara los costos de las mismas, cuál es el precio de la comunicación efectiva, veraz, eficiente, directa?
Y en esta época con tantos canales de expresión como permita almacenar tu smartphone (en donde la lista completa de personas que nos orbitan está a dos clicks de distancia, en donde podemos 'hablar' con quien deseemos, cuando lo deseemos, como lo deseemos, a la hora que lo deseemos) cuánto, realmente, nos estamos entendiendo...?
Estas mismas preguntas orbitan y, en cierta forma, sirven de puente para explicar algunos de los muchos nuevos métodos conversacionales de la modernidad, que para poder mínimamente comprenderse precisan de un glosario.
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