El mundo gira rápido. Muy rápido.
En esa desesperada e inexplicable carrera que
se acelera con cada año que pasa, van quedando en el camino
viejas costumbres, consideraciones y códigos en pos de hacer
el traspaso de datos entre nodos lo más veloz -e inefectivo- posible.
Desde un libro hasta las opiniones de diferentes longitudes
repetidas en docenas de redes sociales, la forma de comunicarse
ha cambiado de forma inevitable en esta última década.
Ésto representa un problema en la actualidad, puesto que las éticas de antaño (expresarse eligiendo las palabras apropiadas, verificar la información antes de publicarla) hoy son vistas como una pérdida de tiempo en el consumo del medio que sea; al parecer, las noticias, el ocio y la política se consumen mejor cuanto menos se las cocina.
La degradación es real, así sean meras manchas de corrosión y descuido en la escultura de la cultura. Y el lenguaje es el primer lugar en el que se manifiestan estos síntomas...
El mundo de antaño, ese que inquiría y exigía un par de reglas antes de publicar nada en papel, que es el mismo de los SMS en Blackberries, Motorolas y Nokias, de publicaciones elaboradas o cuanto menos tangibles, ha demostrado mayor cuidado por el lenguaje, escrito y hablado, que el de los tiempos que nos moderan.
Hoy, un mensaje demasiado largo representa una omisión total a la información que pueda albergar. Una ametralladora de one-liners , un emoji o un meme tienen más -y aparentemente mejor- uso que una conversación cara a cara, una carta manuscrita o una llamada telefónica improvisada.
Esta urgencia de comunicación se ha transformado
en una obsesión que es incapaz de mantenerse
en los estándares del pasado.
Publicar las ocurrencias casuales de un Don Nadie promedio en Twitter que nadie va a recordar en cinco años hoy pesaría kilos y kilos si tuviera que estar impreso en papel.
Es por ello, sospecho, que está aquí el origen de la infinidad de neologismos acuñados en diferentes regiones de esa inconsciencia colectiva que es hoy en día el ciberespacio.
Estos neologismos, a su vez, operan como una etiqueta -más bien, un holograma - de los credos, las tribus y las doctrinas que como individuo, al parecer, lo representan.
Y poco a poco, en un océano de silogismos, colores y estímulos espontáneos,la comunicación entre personas merma a niveles decepcionantes.
Tras haber pasado casi sesenta días sumergido en uno de los foros con peor reputación en internet, he pasado en limpio una lista de los neologismos más utilizados, que doblan también como una fotografía que capture el zeitgeist de estos tiempos uniformemente acelerados.
Más allá de un mero glosario, es mi intención también contrastar un poco esas neo-ideas (no cambia la idea, sólo cambia la forma) con las costumbres y rutinas del pasado que si bien carentes de inmediatez en gratificación o resultados, han probado ser cimientos que ni el más elaborado de los lingüistas modernos sería capaz de igualar con la materia prima hoy imperante.
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