Mi padrastro tenía un Renault 4 blanco, mal apodado "El Topolino".
Ya en aquel entonces donde se remonta esta anécdota, era un auto que estaba obsoleto.
Debo haber tenido catorce o quince años cuando estaba yendo a otra ciudad en colectivo y, con un par de horas por delante, se me ocurrió ver cuántos Renault 4 llegaba a encontrar, y los contaría. Muchos no podría haber, no?
Para el momento en que había llegado a la terminal de colectivos ya había visto casi un centenar de Renault 4, y en muchos casos más de uno estacionado por cuadra. Plateados, bordó, celestes, blancos, como el de mi padrastro… ninguno negro, curiosamente.
Es algo que me sorprendió enormemente, y me dejó pensando.
Desde luego, ni sabía que ese fenómeno se llamaba Percepción Selectiva, y de haberlo sabido, no hubiera podido encontrar una explicación o un breakdown en los diccionarios o enciclopedias que mi familia tenía en casa.
-"Cuántas cosas ocurrirían alrededor nuestro a las que no prestamos atención, por los motivos que fuera", me pregunté en aquel entonces.
Cuántas cosas ocurrirán hoy, todas vitales para poder avanzar en la dirección de nuestra Misión en la vida, que quedan sepultadas bajo la necesidad de virtual validación en redes.
O de ofertas de productos algorítmicamente apuntados a tu cerebro de reptil que comprás en piloto automático.
O del incesante, infructuoso e improductivo hábito del fervor político (o futbolístico, o religioso) por defender a un conjunto de individuos que jamás sabrán nuestro nombre, ni estarán en ninguno de nuestros cumpleaños, ni visitarán nuestras tumbas.
Tal vez haya que cuestionar qué pedidos le hacemos a nuestras mentes si más de la mitad de nosotros es incapaz de ver al gorila invisible.
Tal vez sea momento de dejar de pensar en elefantes rosados
y sopesar concienzudamente el hábito de la sobriedad digital*.
Continúa en Parte III: El Reptil en tu cabeza.
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