San Nicolás, abril de 1997. Por esas fechas nos encontrábamos de vacaciones en la casa de una tía junto a mi madre, mi hermano y mi abuela.
Una de las cosas que solíamos hacer con mi hermano era visitar los distintos arcades que encontrábamos cuando salíamos de la ciudad -a ver si descubríamos algunos de los tantos juegos que se promocionaban en las revistas que coleccionábamos.
Así conocimos Primal Rage, Killer Instinct y muchos otros títulos que sólo veíamos en fotos.
Justo a la vuelta de donde nos hospedábamos había un diminuto local con algunas máquinas de arcade, y ahí encontramos el Power Instinct; un juego con personajes, animaciones y poderes que hacían quedar a Street Fighter II como algo super básico (o vanilla, como le dicen ahora).
Nos sentimos como si hubiéramos sacado la lotería: ya teníamos un lugar para escaparnos cuando acechara el aburrimiento post-merienda (algo que ocurría demasiado a menudo cuando íbamos de visita a casa ajena).
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El primer día se nos pasó la tarde en el localcito, viendo a otros jugar. Pegamos la vuelta cerca de las 19 horas, que era el horario en que pasaban Caballeros del Zodíaco por Magic Kids, la novela animada que no nos perdíamos por nada del mundo.
Pero en lugar de la galleguísima introducción a la que ya nos habíamos habituado desde aquel día que vimos en ATC a Seiya romperse la cabeza contra el escudo de Shiryu... al prender la TV vimos, por primera vez, ésto:
Ya había visto a este personaje Goku tres años atrás en una revista Top Kids. Pero era la primera vez que lo veía en movimiento.
Hacer memoria fue simple, porque ese número era la edición especial de mi personaje favorito de Mortal Kombat, que venía con ese poster que había copiado incontable cantidad de veces - sin saber del todo a qué franquicia pertenecía.
Tras algunos segundos de perplejidad -fue difícil romper el hábito que había creado Caballeros, la serie de Kurumada- le dije a mi hermano, con la voz temblando:
"Sabés lo que es esto? Esto es Dragon Ball, la serie que está causando furor en todo el mundo; te acordás de ese cómic que venía en la Top Kids de Sub-Zero? Es ÉSTO! No lo puedo creer!!!"
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Resulta interesante mencionar que algunos de mis contemporáneos ya habían visto Dragon Ball en el programa de TV de Top Kids sin saber bien qué era, puesto que el título y los personajes tenían todos nombres cambiados (Gokuh se llamaba "Zero" y el título no era Dragon Ball, sino "Zero y El Dragón Mágico", si hay que creerle a la Wikipedia). No fue mi caso.
Es curioso observar como a todos sentimos algo más o menos similar, pero a través de diferentes medios: esto era una revolución fascinante, nadie sabía bien de dónde provenía, y pasarían años hasta que pudieran trazarse sus orígenes de forma fidedigna. Un poco como lo que le ocurrió a la generación de mis primos mayores cuando les tocó ver Robotech, considerado el "primer embajador" del anime en Latinoamérica.
Igualmente, nadie en Argentina sabía que esto era anime; así hubiesen visto Candy Candy, Heidi, Kimba el León Blanco, La Princesa Caballero, Mazinger Z o Supercampeones, se los conocía como "dibujitos chinos" (término que el grueso de la opinión popular desinformada mantendría hasta bien entrados los años 2000).
Nadie, excepto un pequeño y selecto grupo de entusiastas que conocería tiempo más tarde en el colegio, tenía ni idea de que esto provenía del manga.
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Terminado el legendario primer episodio, sonaba por primera vez esa canción que cautivó a un montón de personas (incluyendo al denso de Trukini, que la referenció hasta el hartazgo en su magnífica -y pretenciosa- serie, Tres Acordes):
Puede inferirse con acierto que esta canción nunca fue de mis preferidas (de hecho el personaje de Bulma* me resultó detestable hasta bien avanzado Dragon Ball Z... yyyy medio como que yo ya había "elegido" a Amy Mizuno de Sailor Moon como mi waifu -sin poder definirlo con esas palabras, que en aquel entonces no existían).
Más allá de las opiniones personales, estaba muy claro que habíamos sido testigos de uno de los fenómenos culturales multimedios más significativos de finales de siglo.
Y resulta irónico que para el momento en que Dragon Ball estaba arrancando sus primeros pasos como tendencia en Latinoamérica, en Japón Dragon Ball Z ya había finalizado hacía un año.
El delay informativo que caracterizó a la corriente del manganime en Latinoamérica generó una suerte de distorsión temporal en torno a todo el fenómeno, aportándole intrínseco valor agregado a todas las publicaciones que vendrían después y que pudieran darle a los fans una pieza más del rompecabezas para explicar su fascinación con esos "dibujitos chinos".
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El resto es historia. De esa que no va a darse jamás en ninguna escuela ni Universidad local, y que con el paso del tiempo se irá, tal vez, diluyendo de los anales del tiempo, para acabar mezclándose con rumores y efectos Mandela tan propios del cerebro moderno.
Por eso me tomé el trabajo de escribir ésto.
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