Sin estrictamente tener el hábito de llevar un diario, desde muy chico tenía la costumbre de volcar en un papel mis emociones.
La alternativa sinó era llorarle a la almohada, o darle un buen puñetazo a la pared.
Lo que no podía decir, lo dibujaba.
Lo que no sabía dibujar, lo escribía.
A veces en forma de poesía, a veces en forma de racionalización.
Lo que no cabía en forma de relato, lo escribía en forma de canción.
Si un amigo me traicionaba o si un romance me urticaba,
en forma de letras mi mente ordenarse primero buscaba.
Pese a sentirme solo en mis costumbres, intuía que no debía ser el único en el mundo haciendo collages de sentimientos con sangre de palabras.
El medio en ese entonces solía ser el papel, y para algunos pocos pudientes, el Word (o el Paint) en la PC.
Ya para la época de los cybercafés, (circa 2004) avisté entre sus aguas los primeros foros, portales y blogs. Fértiles e inexploradas islas compuestas por relatos compartidos, infidencias, amor epistolar e información que no podía conseguirse impresa en mi país ni en mi ciudad.
Tuvieron que pasar 6 años más -y un tendal de prolongadas e intensas relaciones a distancia- hasta que finalmente me animé a arrancar mi primer blog.
No sabía nada de tráfico ni tracción, ni de herramientas de monetización, ni de Hábitos Atómicos*. Ni siquiera tenía cuenta de Facebook.
Sólo sabía que podría escribir, y que alguien alguna vez podría leerlo, y tal vez encontrarle valor; que podría plasmar un poco de mí cuando me cansara de llorarle a la pared y darle puñetazos a la almohada, y que alguien llegaría a empatizar sin importar horario, día, mes o año.
Que podía empezar a escribir mis primeros libros sin tener que golpear puertas en ninguna editorial ni ocupar la mente con número de páginas o unidades vendidas.
O simplemente escribir, por el sólo placer de hacerlo, y que perdurara en el tiempo.
Pasaron 10 años desde aquella epifanía de young adult, y en el camino descubrí unos cuantos lugares, herramientas y comunidades.
El objetivo del siguiente post es ahorrarte veinte años de ensayo y error, de inseguridades y miedos, de falsas ilusiones y vergonzosas promesas.
Comparto acá con vos algunas de las tecnologías modernas que me instaron a no dejar de
escribir, y que me instan hoy a decirte a vos que no dejes de hacerlo.-
Comentarios
Publicar un comentario