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Animales [Parte IV : El Mono que Piensa]


    Está en su hábitat natural, abrazando su primitiva naturaleza.

    Comiendo bananas, saltando de acá para allá, haciéndole guerra a los monos más chicos, y desviándole la mirada al mono más grande.

 

    Las más de las veces subido a su palmera, cuando no a palmeras ajenas.

    Sin preocupaciones por la perspectiva o el horizonte, con un manojo de sus propias heces crea figuras mezcladas con tierra.

    Sin una noción de futuro por la cual preocuparse, va de acá para allá. Muchas veces, moviéndose lo menos posible.

    Sin una cabal comprensión del tiempo, se deja estar, echado, sumergido en complacencia, inmediata gratificación y la compañía de afines.

 

    Ese es el mono. Nuestro pariente lejano más cercano.

 

    Ese al cual nos parecemos tanto en el peor de nuestros días, y del que ni siquiera con la ayuda de todos los avances acelerados que trajo la civilización podemos extirpar de nuestro interior jamás del todo.

 

    El mono deja que el elefante rosado le pase por arriba, el gorila invisible le pase por el costado y el reptil en su cabeza le dicte instrucciones. 

    Para determinar qué tan monos somos o nos permitimos ser en el transcurso de un año, tenemos que saber diferenciar lo que hemos sido y queremos dejar de ser primero.

 

Dejar de ser un mono es imposible.

Pero sí es posible convertirse en un Mono Que Piensa.

 


 

 

    Dar un paso al costado, y sin dejar de rascarnos la cabeza ni masticar meticulosamente esa banana, tomar nota de esas cosas que amenazan nuestra palmera y de las que nos ponen a gritar como desquiciados.

 

    Aceptar nuestra naturaleza es el primer paso para poder accionar cambios que permitan modificaciones positivas, lo pasado como experiencia, no como manual de instrucciones. 

    Lo que fuimos ayer no es lo que somos hoy, más lo que hacemos hoy constantemente modifica el mañana. 

 

    Ser un Mono que Piensa es un acto voluntario; un punto de no retorno; un compromiso tácito para asignarle una certeza a la lotería del futuro.

 

    Tomar consciencia del tiempo -del que invertimos, del que recuperamos, del que desperdiciamos, del que dejamos enfriar- es todo lo que hace falta para empezar, propiamente, a pensar. Es completamente gratis, y además, aunque nadie te lo diga, es menester para seguir adelante - con la suficiente ventaja como para no quedar estancado en vestidos de seda o espejos de colores como acostumbra el resto.

 

    Con comprender el flujo del tiempo uno puede entender mejor lo que fue, lo que es y lo que desea ser. Lo que será es una inevitabilidad que pende de una decisión a cargo de cada mono. Una decisión de tomarse las cosas con mayor lentitud, moderar las distracciones, o cuanto menos, tenerlas todas en un mismo lugar, cosa de no andar invadiendo árboles ajenos.

 

    Ser un mono que piensa implica dar un paso hacia adelante -que a su vez implica aceptar mayores compromisos, mayores desafíos y mayores responsabilidades. Atestiguar ciertas verdades universales, y aseverar su rigor o denunciar su insensatez.

 

    Ser un mono que piensa es una a veces triste inevitabilidad, como el último día de vacaciones o el primer domingo de la semana en que los nubarrones del lunes acechan y amenazan con nublarnos la mirada. 

    Pero es una tormenta que, cuando nos detenemos a pensar, hemos visto miles de veces, y sabemos exactamente qué debemos hacer. 

Basta con usar la cabeza. Y llevar un diario.


Y ésta es una elección individual, una que, naturalmente, ubica a cada quién en su palmera.  
El mono que piensa siente la lluvia caer, 
y baila de gozo. 
Los demás, además de quejarse, simplemente se mojan.
 

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