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Gaiman [Parte IV, 40%]

 

El pasado julio, un podcast británico producido por Tortoise Media dio la primicia de que dos mujeres habían acusado a Gaiman de agresión sexual. Desde entonces, más mujeres han compartido alegatos de acoso, coerción y abuso. El podcast, Master, presentado por Paul Caruana Galizia y Rachel Johnson, cuenta las historias de cinco de ellas. (La perspectiva de Gaiman en estas relaciones, incluyendo la de Pavlovich, es que fueron completamente consensuadas). Hablé con cuatro de esas mujeres junto a otras cuatro cuyas historias tienen elementos en común con las anteriores. La mayoría de estas mujeres estaban en sus 20 cuando conocieron a Gaiman. La más joven tenía 18. Dos de ellas trabajaban para él. Cinco eran fans suyas. Con una sola excepción,una acusación de besos forzados de 1986, cuando Gaiman promediaba los 25 años, las historias ocurren todas cuando Gaiman estaba pasando los 40 y más, un período en el que vivía en Estados Unidos, el Reino Unido, y Nueva Zelanda. Para entonces, ya se había ganado la reputación de ser un declarado campeón de las mujeres. "Gaiman insiste en contar las historias de gente que tradicionalmente es marginalizada, borrada, o silenciada de la literatura," escribió Tara Prescott-Johnson en la colección de ensayos Feminismo en los Mundos de Neil Gaiman. Pese a que en sus libros abundaban las historias de hombres torturando, violando y asesinando mujeres, ello era mayormente percibido como evidencia de su empatía hacia ellas.

 

Katherine Kendall tenía 22 cuando conoció a Gaiman en 2012. Ella había trabajado voluntariamente en uno de sus eventos en Asheville, Carolina del Norte. El la invitó a unírsele algunos días más tarde a un after-party para otro evento, en donde la besó. Los dos entablaron un flirteo por correspondencia, enviando emails y teniendo conversaciones de Skype en medio de la noche. Kendall no quería tener sexo con Gaiman, y en una de esas llamadas, ella se lo hizo saber. Luego, ella escribió la respuesta de él en en su diario: "el no tenía planes más allá de un coqueteo amistoso y le creo por completo." Ella había crecido escuchando sus audiolibros, como le contó más tarde a Papillon DeBoer, el presentador del podcast Am I Broken: "Y luego esa misma voz me estaba diciendo que yo estaba a salvo, que sólo éramos amigos, y que él no era una amenaza."

 

En una lectura diez meses más tarde, Gaiman sugirió que Kendall y otras dos chicas lo esperaran en su autobús de gira así todos podrían pasar un rato juntos luego de que terminara de autografiar libros. Cuando Gaiman apareció, llevó a Kendall a la parte trasera del autobús y se le tiró encima. El le decía repetía "besame como si lo desearas," recuerda Kendall. Ella intentó complacerlo, pero entró en pánico. Eventualmente Gaiman la soltó. "'Soy un hombre muy acaudalado,'" ella recuerda que le dijo, "'y estoy acostumbrado a tener lo que quiero.'" (Años más tarde, Gaiman le giró a Kendall $60,000 para pagar por su terapia, en un intento, como dijo en una conversación telefónica grabada, "de compensar parte del daño ocasionado.")

 

Gaiman había tenido encuentros sexuales con fans más jóvenes por mucho tiempo. Kendra Stout tenía 18 años cuando, en 2003, manejó cuatro horas y media a Fort Lauderdale, Florida, para ver a Gaiman en una lectura de Endless Nights, una continuación de The Sandman. Ella lo conoció en la fila para autógrafos. Gaiman le enviaba largos emails y le compró una cámara web para que pudieran hacer videollamadas. Tres años después de haberse conocido, el voló a Orlando para llevarla a una cita. Luego la invitó a su cuarto de hotel, puso una lista de canciones de amor, y la abrazó con una sola mano. Gaiman no creía en el juego previo o la lubricación, me dice Stout, lo cual hacía el sexo particularmente doloroso. Cuando ella decía que le dolía mucho, el le decía que su problema radicaba en que no era lo suficientemente sumisa. "El hablaba largo y tendido acerca de la relación dominante y sumisa que quería tener conmigo," me dice. Stout no tenía interés previo en BDSM. Ella dice que Gaiman nunca le preguntó qué era lo que le gustaba a ella en la cama, y que no había discusión acerca de "palabras seguras" o "cuidado posterior" o "límites." El le pidió que ella lo llamara 'Amo' y la golpeaba con el cinto. "Estos no eran golpecitos sensuales," dice ella. Cuando ella le dijo que no le gustaba, ella dice que le respondió "Es la única forma en la que puedo gozar."

 

Gaiman le contó a Stout que había sido iniciado en esas prácticas por una mujer que conoció en sus 20, la cual le había pedido que le "azotara la coneja." En aquel entonces, le dijo a Stout, era un inglés tan ingenuo que pensó que ella se refería a su gato. Ella le dio un azotador y le dijo que lo usara en su vagina. "'Esto es lo que me excita ahora,'" Stout recuerda que le dijo. Una anécdota similar aparece en una entrevista que dio Gaiman para una biografía de 2022 de Kathy Acker, la fallecida escritora punk experimental de la que Gaiman se había hecho amigo en sus 20, pero el ofrece una versión diferente de cómo la situación lo afectó. Cuando Acker le pidió que "azotara su coneja," el lo encontró "profundamente poco sexual," le dijo al reportero. "Lo hice y salí corriendo." Se identificó a sí mismo como "muy tradicional."

 

En 2007, Gaiman y Stout fueron de viaje a la zona rural de Cornish. En su última noche ahí, Stout padeció de una infección urinaria que había empeorado tanto que no se podía sentar. Ella le dijo a Gaiman que podrían intimar pero que cualquier tipo de penetración sería muy dolorosa de aguantar. "Fue un gran y rotundo 'no,'" dice ella. "Le dije, 'no podés ponerme nada en mi vagina o me voy a morir.'" Gaiman la hizo darse vuelta en la cama, según ella, e intentó penetrarla con los dedos. Ella le dijo "no." El se detuvo por un momento y luego la penetró con su miembro. En ese momento, me dice ella, "simplemente me apagué." Ella se quedó inerte en la cama hasta que él terminó. (Este pasado Octubre, ella presentó una denuncia en la policía alegando que él la violó.)

 

De acuerdo al podcast, que citó a Gaiman a través de sus agentes, su posición era que "la degradación sexual, las ataduras, la dominación, el sadismo y el masoquismo no serán para todos los gustos, pero entre adultos que consienten, el BDSM es legal." (Gaiman se rehusó a hablar conmigo pese a reiteradas peticiones, pero a través de un representante legal, respondió a algunas de las acusaciones.) Si no sabes nada de BDSM, el argumento de Gaiman de que esa práctica es lo que hacía con estas mujeres puede sonar posible, al menos en algunos casos. El tipo de violencia dominante que infligió sobre ellas es común entre la gente que practica BDSM, y todas las mujeres, en algún punto, le siguieron el juego, llamándolo 'Amo', enviándoles textos después diciéndole que lo necesitaban, incluso escribiendo que lo amaban y lo extrañaban. Pero hay una diferencia crucial entre el BDSM y lo que estaba haciendo Gaiman. Una sigla para "Bondage y Disciplina, Dominación y Sumisión, Sadismo y Masoquismo," BDSM es una cultura con un conjunto de normas de larga data, la más importante es que todas las partes involucradas deben dar claro consenso a la dinámica general y a cada acto antes de participar en él. Esto, como muchos profesionales, incluidas las doctoras Dossie Easton y Janet W. Hardy que escribieron algunos textos que definen a la subcultura, han remarcado durante décadas, es la línea definitiva que separa al BDSM del abuso. Y fue esta línea la que Gaiman, de acuerdo a éstas mujeres, no respetó. Dos de las mujeres, que nunca se conocieron entre sí, lo compararon al pez rape, el depredador del mar profundo que usa un bulbo bioluminiscente para atraer a su presa a su boca. "En vez de una luz," dice una, "usaba de carnada un hombre británico bien hablado y de pelo revuelto."

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Luego de que Gaiman se metiera en la bañera con Pavlovich, ella se fue a la casa de Palmer, que estaba desocupada en ese momento. Se sentó bajo la ducha durante una hora, llorando, luego se echó en la cama de Palmer y empezó a buscar en Internet información que pudiera explicar qué le había sucedido. Ella googleó "Me Too" y "Neil Gaiman". Nada. Las únicas historias negativas que encontró estaban relacionadas a las reglas de aislamiento por COVID que había roto en 2020 y que había sido obligado a disculparse con la gente de la isla de Skye por poner en riesgo sus vidas.

 

Al terminar el fin de semana, Palmer le envió un texto a Pavlovich para decirle cuán complacida estaba de ver que ella y su hijo se llevaban tan bien. "El universo es un misterio kármico," escribió Palmer. "Nos nutrimos unos a otros de las maneras más azarosas e imprevisibles." Palmer le pidió si podía hacer de niñera otra vez. Necesitaba tanta ayuda. Podría considerar Pavlovich quedarse con ellos en el futuro inmediato?

 

Pavlovich estaba viviendo en una pensión cuyo contrato estaba por vencer. Estaba en quiebra y no había sido capaz de encontrar un nuevo departamento. Se había quedado sin techo al inicio de la pandemia, cuando cerró la perfumería, y había terminado durmiendo en una playa en la bolsa de dormir de un amigo de manera intermitente durante las dos primeras semanas de la cuarentena. La idea de volver a la playa la llenó de temor.

 

No había considerado contactarse con su familia. Sus padres se habían divorciado cuando tenía 3 años, y Pavlovich había crecido pasando tiempo en las casas de ambos. La violencia, me dice Pavlovich, "era cosa de todos los días." Un pariente cercano la golpeó con un cinto. Otro la estranguló cuando se enojaba y le abofeteó la cara hasta que las mejillas le quedaron hinchadas. Empezó a cortarse los brazos y muñecas con un cuchillo a los 11. Luego se volvió bulímica, y después anoréxica. Para los 13, Pavlovich estaba tan delgada que terminó en una unidad psiquiátrica en el Hospital de Niños de Auckland y pasó semanas alimentada por sonda. Cuando cumplió 15, se fue de su casa para nunca más volver.

 

Desde aquellos años, ella había estado en busca de una nueva familia, pero mucha de la gente que se encontró en esa búsqueda resultó ser abusiva también. "Después de todo aquello, Amanda Palmer era una criatura literalmente enviada por un reino celestial. Fue como, Aleluya," me dice Pavlovich. Palmer ganó notoriedad por hablar abiertamente acerca del abuso sexual y por animar a otros a hacer lo mismo. En canciones y ensayos, ella había escrito acerca de las numerosas ocasiones en las que había sido abusada y violada en la adolescencia y la temprana adultez. Pavlovich no creía que alguien así pudiera estar casada con alguien que era un abusador.

 

El abuso sexual es uno de los métodos de violencia más confusos que una persona puede experimentar. La mayoría de la gente que lo ha padecido no lo reconoce inmediatamente como tal; algunos jamás lo hacen. "No estás pensando de manera lógica o lineal," dice Pavlovich, "pero la mente intenta procesarlo de la manera que puede." Sea lo que hubiera ocurrido en la bañera, ella había pasado por cosas peores y había sobrevivido, pensó. Y Gaiman y Palmer estaban ofreciéndole la posibilidad de un futuro compartido. La autopercepción de Palmer como la figura central de una comunidad utópica podría, de acuerdo a algunos de sus amigos, haberla vuelto descuidada con las mujeres jóvenes e impresionables que invitaba a su vida y la de su esposo. "Su idealismo podía cegarla a la realidad," dice un amigo. (Palmer rehusó a ser entrevistada, pero hablé con gente cercana a ella.) Palmer le dijo a Pavlovich que tal vez viajarían a Londres juntos, y a Escocia, donde Gaiman estaba filmando la segunda temporada de Buenos Presagios. Pavlovich había querido irse de Nueva Zelanda –su "epicentro de trauma"– desde hacía mucho tiempo. Estas conversaciones le inundaron la mente con fantasías "de poder al fin estar en tierra firme en el mundo."

 

Luego de la oferta de Gaiman, Pavlovich le envió un texto a Gaiman: "Estoy consumida por pensamientos de vos, de las cosas que me harás. Tengo tanta hambre. En qué terrible criatura me has convertido." A la siguiente semana, ella empacó sus cosas y tomó el ferry hacia Waiheke. 

 

Gaiman aceptando el Visionary Award en 2024.

 

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