Por qué hacemos las cosas que decimos querer hacer sólo cuando nos lo proponemos?"
La respuesta muchas veces está en la llamada Motivación.
Esa dosis de material intangible que sirve de combustible para lograr llevar las cosas a buen puerto, o cuanto menos permite echarlas al mar abierto.
Sin motivación, parecen decir los testimonios, no hay razón para dar el mejor esfuerzo, ni para mantener la nave a punto, ni para ponernos a hacer aquello que decimos desear hacer. Sin motivación se nos nubla el horizonte, y sólo nos queda a la vista -y al alcance- un montón de pormenores, justificaciones y excusas para quedarnos donde estamos.
Sin motivación, por lo visto, nada de lo considerado "creativo" es capaz de subsistir. Y hay una cuota de verdad en dicha afirmación: nuestro mundo moderno nos ha educado para encontrar un porqué para todo, o cuanto menos a requerirlo antes de llevar a cabo ninguna acción.
Este mundo moderno de capitales fluctuantes en las diferentes facetas de la industria del entretenimiento, del ocio y de la intimidad; este mundo moderno que ha convertido todo en un producto - o en un engranaje de un producto integral incompleto, como un set de Legos a medio armar) y sabemos que seguramente alguien más, igual o mejor que nosotros, ya está ganando dinero con ello, o haciendo aún más dinero que el que sabemos que podemos obtener por lo que producimos.
Así que, para qué hacerlo?
Uno cuestiona qué tipo de motivaciones (salvando las económicas) mantienen a diferentes autores profesionales en la cima de sus industrias.
Especialmente cuando el factor común en todos ellos es el mismo:
presentate a trabajar.
Desde Stephen King hasta Ryan Holiday, todo autor prolífico se sienta a producir en horarios específicos sin aguardar musas o momentos.
Y lo hace por un período sostenido de tiempo, tenga o no ganas - ESPECIALMENTE cuando no tiene ganas.
Y lo hace de forma ininterrumpida, sin importar hambre, sueño ni clima.
Tal vez no baste ya con pretender dejar un legado, o convertirse en un profesional, o medirse en la cantidad de horas invertidas y remuneradas para ponernos en marcha.
Aparentemente la noción de que mañana podemos dejar de existir, de que nuestro día tiene sólo 24 horas, de que sólo tenemos una vida para hacer todo lo que queremos hacer (ESPECIALMENTE aquello que decimos desear hacer) es insuficiente…
No hay dosis de realidad ni crónica de guerra que nos de un motivo -mucho menos una motivación- para dejar de pelotudear con el celular y cesar el fomento de los vínculos parasociales.
Ahí me quedo pensando.
Pensando en qué motivación habrán tenido hombres como Jack Kirby, como Steve Ditko, como Stan Lee, para crear nuevos universos y realidades sin garantía ni aval de remuneración económica. Pensando en la raíz del vigor de hombres como Hugh Hefner que, más que creado, han dejado una marca que comenzó siendo una revista y acabó por convertirse en un estilo de vida.
Pensando en la imagen que me devolvió el espejo ayer, en la suma de haberes y virtudes, en la incertidumbre del panorama económico, creo haber encontrado suficientes factores para dejar de estar en el lugar que estoy y atreverme a avanzar.
Y esperar lo mejor del destino y la vida, y confiar en que el resto de las cosas hallará su lugar sobre la marcha.
Después de todo, no me queda otra.
La alternativa es seguir como estoy,
y si bien me mantiene lleno, no me nutre ni me satisface.
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