1955. Esta es la historia de un chico pobre.
Tan pobre que se había aficionado a dibujar,
porque era el entretenimiento más barato a su alcance.
Dibujaba en su casa, y en su clase.
En su casa, garabatos de autitos y animales.
Y en su clase, como los demás, copiaba trabajos de Tezuka.
Tenía la costumbre de dibujar de una sola sentada,
y si un dibujo no le gustaba, lo empezaba todo de nuevo.
De chico nunca le gustó el borrón:
siempre eligió la cuenta nueva.
Un día con seis años, llegó a ver una película en el cine.
Mil novecientos sesenta y uno era la fecha,
pero los dálmatas en pantalla eran,
supuestamente, Ciento Uno.
El entretenimiento se transformó en
la ambición de dibujar mejor.
Ese mismo año se le revelaría eso llamado "manga",
y vería por primera vez ese aparato llamado "televisión".
Presagio o Destino,
Nada de esto podía ser casualidad.
Así que dibujó con más entusiasmo que antes,
ahora haciendo caricaturas para sus amigos.
A partir de ese momento comenzó a despegar.
El chico
de nuestra historia ya tenía las alas como para planear.
Ya había decidido cuánto estudiaría, y en dónde trabajaría.
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Estuvo tres años en publicidad y se adaptó sin problemas.
Pero no le gustaba vestir formal ni madrugar,
así que se mandó a mudar. 1978 .
Con veintitrés años y desempleado,
preparó una historia para un concurso...
Y le fue mal. Pero le llegó un telegrama de su futuro editor, animándolo letra por letra, a volverlo a intentar.
Todo lo que hizo después no tuvo el éxito que imaginaba,
y eso le bastó para no rendirse durante dos años.
De testarudo nomás, cada vez que podía haber borrón,
elegía la cuenta nueva.
Así llegó Dr. Slump en 1980,
y en 1984 empezaría con Dragon Ball.
Hace cuarenta años atrás.
Ya volaba alto, pero medio como contra su voluntad.
Muchos alegan que siempre fue medio haragán.
Aún así siempre dibujaba lo que quería;
y enseguida resumía conceptos complejos,
más por pereza y urgencia que por deliberada maestría.
El tipo marcó su propia tendencia
huyendo de todas las demás.
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Mencionamos la importancia de sus amigos, pero se convirtió en un recluso. Se casó y tuvo dos hijos, pero el muchacho era en el fondo un viejo verde.
Ermitaño, inexplicable e introvertido, ya tenía el pajarón
su montaña, su pasatiempo y su nido.
Y aún así renegó para concebir sus obras más aclamadas, promediando 1995, trabajando nueve años ininterrumpidos
sin pretender que sus personajes desafiaran
el hyperespacio tanto tiempo.
Nunca renegó de su pasado, y no tenía en mente dejar legado a futuro.
Viendo, viviendo y dibujando el presente,
aquel muchacho holgazán se convirtió en hombre.
Y en simultáneo también, fiel a su estilo contradictorio,
creando figuras paternas cuestionables
se volvió el mejor papá del mundo.
Millones de chicos repartidos en tantos continentes
así lo exigieron, y claramente no estaban equivocados.
De aquel momento a hoy, ya corrieron 29 años.
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Juntaba muñequitos, armaba model kits,
diseñaba personajes, coleccionaba videocassetes.
Hablaba muy poco, pero con el lenguaje del manga
en cualquier idioma se daba a entender.
Y siempre dibujó algo, desde que concluyó
Dragon Ball en 1995 hasta que volvió a agarrarlo
por última vez en 2013.
Incluso designó a uno de sus fans como su sucesor,
y se
encargó de poner lo suyo para que fuera publicado.
Así no tendría que volver a dibujar tanto
y trabajar tan duro, como hacía tantos años atrás…
Así podría darse el gusto de compartir mejor el presente junto a todos, todos sus hijos. Y los hijos de sus hijos.
Un ratito nada más; un par de años, o diez, o hasta que le diera sueño.
Después de todo para qué había visto, vivido y dibujado tanto, sino?
Debe haber sonreído con alguna ocurrencia,
el viejo sinvergüenza, antes de irse a descansar.
Por algo cerró los ojos sin siquiera bostezar.
Nos entretuvo durante demasiado, mucho tiempo.
A nosotros, a los nuestros, y a los hijos de nuestros hijos.
Ahora déjenlo descansar.
Total ya no se va a enterar que su legado será eterno.-
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